domingo, octubre 22, 2023

La Hipocresía Occidental

Aún recuerdo cómo hace no mucho tiempo, tras el inicio de la guerra en Ucrania, se nos instaba desde algunas universidades europeas a detener nuestras colaboraciones con colegas de instituciones rusas, cosa que públicamente critiqué en su momento. En particular, recuerdo el comunicado a tal efecto del rector de la Universidad de Aalborg en Dinamarca, universidad a la cual me encuentro adscrito en la actualidad. Por supuesto, la razón esgrimida tras tal instancia era la cruel, inhumana e ilegal invasión por parte de Rusia del Estado soberano de Ucrania (aunque eso de «soberano» es discutible en el caso ucraniano).

Unido a la guerra en Ucrania, hoy asistimos con rabia, dolor e impotencia al recrudecimiento del genocidio que sistemáticamente viene ejecutando desde hace décadas el Estado sionista de Israel contra el pueblo palestino con la excusa del ataque del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) del 7 de octubre del presente año. Para mi no sorpresa, no veo comunicados equivalentes procedentes de universidades europeas instándonos a detener nuestras colaboraciones con científicos de organismos israelíes, cosa que acabo de criticar públicamente por, aparentemente, redundar en un hecho falto de coherencia. ¿Es que las vidas de los palestinos valen menos que las de los ucranianos? Si bien el comunicado del rector de la Universidad de Aalborg referido en el primer párrafo recibió el aplauso de un buen número de trabajadores, mi actual crítica no sólo no tiene ni de lejos el mismo impacto, sino que, en un ejercicio de obscena alienación, algunos trabajadores llegan a justificar (por supuesto, sin construcción argumental alguna) la cruda indiferencia para con el pueblo palestino por parte de las universidades europeas. Por desgracia para nuestra clase social, este hecho es uno más de los síntomas de la hegemonía cultural occidental-capitalista, habiéndose conseguido instalar un determinado imaginario colectivo reaccionario mediante el bombardeo cognitivo materializado en tertulias, «informativos», libros de texto, etc.

Soy consciente de que tales comunicados o medidas en solidaridad con Palestina no llegarán sin presión social. También soy consciente de que, cada vez más, las universidades dejan de ser espacios que estimulan el pensamiento crítico para convertirse en patéticos apéndices del capital. Y, más aún, soy consciente de que, como tales apéndices, las direcciones de las universidades son directamente hipócritas: no les preocupan las vidas humanas, sino que, con el tipo de medida en torno a la cual gira este artículo, buscan contribuir a defender intereses geopolíticos espurios de sus respectivos Estados. De una parte, la guerra en Ucrania tiene por objetivo la ampliación —con la inestimable ayuda del títere Zelensky— del área de influencia de Occidente, lo que responde a la lógica de expansión constante de las fronteras de la OTAN (la mayor organización terrorista mundial) hacia el este de Europa desde la caída de la Unión Soviética. De otra parte, Israel es la punta de lanza de Occidente en Oriente Medio, siendo la culminación del genocidio palestino —con la consiguiente ocupación de nuevos territorios de esta región geoestratégica— clave para los intereses del gran capital occidental. Este recrudecimiento bélico por parte de Occidente sustentado en una pornográfica inversión multimillonaria responde a la siguiente realidad: la decadencia sin ambages de la hegemonía mundial de Estados Unidos que este país trata desesperadamente de frenar.

Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, es el paradigma andante de esta hipocresía occidental. Con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa, el 3 de mayo de 2021 publicó el siguiente tweet: «La libertad de prensa en la Unión Europea se da con frecuencia por sentada. Podría no serlo. Hemos tenido dolorosos recordatorios recientes. En el Día Mundial de la Libertad de Prensa, recordemos que la democracia no puede funcionar sin medios libres e independientes. Tenemos que proteger a los periodistas a toda costa». Posteriormente, en un acto de cinismo atroz, la Unión Europea censuraría el medio Russia Today con la excusa de la desinformación y manipulación promovidas por el Kremlin en el contexto de la guerra en Ucrania. Al menos hay que concederle la razón a von der Leyen cuando subraya que no hay que dar por sentada la libertad de prensa en la Unión Europea, pues ella misma trabaja con ahínco por que así sea.

Más dolorosa y repulsiva resulta la siguiente realidad. En el marco de la guerra en Ucrania, von der Leyen hizo la siguiente declaración: «Los ataques de Rusia contra infraestructura civil, especialmente electricidad, son crímenes de guerra. Privar a hombres, mujeres y niños de agua, electricidad y calefacción con la llegada del invierno es un acto de puro terror. Y tenemos que llamarlo así». Como sabemos, el ministro de Defensa israelí ordenó recientemente cortar electricidad, gas, agua y alimentos a la población civil de la Franja de Gaza. Ursula von der Leyen no sólo no ha condenado estos crímenes terroristas y genocidas, sino que, extralimitándose en sus funciones como presidenta de la Comisión Europea al suplantar al jefe de la diplomacia de la Unión Europea (el inefable Josep Borrell), ha hecho público su apoyo incondicional al fascista Benjamin Netanyahu. ¡Hipócritas! ¡No os importan las vidas humanas! ¡Vuestras lágrimas de cocodrilo en el caso ucraniano son fruto de intereses bastardos!

El propio ministro de Defensa israelí tuvo la osadía de catalogar públicamente como «animales humanos» a los palestinos. La deshumanización de una etnia es uno de los elementos constitutivos de la justificación de un genocidio, algo que bien conoce el pueblo judío que tanto ha sufrido a lo largo de la historia (principalmente de manos del nazismo). No caben medias tintas: cualquier persona demócrata apoyará sin fisuras la resistencia palestina y condenará enérgicamente la colonización y genocidio sistemáticos que el Estado sionista de Israel ha venido practicando desde 1948 contra el pueblo palestino. Y, por supuesto, la indiferencia es reaccionaria.

miércoles, julio 26, 2023

Un Breve Recorrido por las Condiciones Laborales Estadounidenses

Muchas mañanas, de camino a mi despacho en el campus de la Universidad de Texas en Dallas, me encuentro con una compañera del servicio de limpieza de la universidad. Procedente de Venezuela, lleva unos cuantos meses viviendo en Estados Unidos. Para preservar su identidad, me referiré a ella como Z., la inicial de su nombre. Con el paso del tiempo, nuestra cháchara se ha ido tornando en su legítima queja por sus condiciones laborales, las cuales, he de decir, minan visiblemente su salud y vitalidad día tras día. Algunas de las cosas que me ha contado Z. a este respecto me dan pie a hacer el siguiente breve recorrido por las condiciones laborales estadounidenses.

1. Vacaciones pagadas. Z. únicamente tiene tres días de vacaciones pagadas al año (más que muchos otros en este lugar del globo). Estados Unidos es la única economía avanzada del planeta que no garantiza por ley vacaciones pagadas a sus trabajadores. En la Figura 1, la cual muestra el número mínimo de días de vacaciones pagadas al año por ley en función de diferentes países, el caso de Estados Unidos contrasta escandalosamente con el de países europeos.

Fig. 1: Número mínimo de días de vacaciones pagadas al año por ley en función de diferentes países. Elaboración propia a partir de datos de la OCDE.

2. Baja por enfermedad y cobertura médica. Recientemente, Z. tuvo que ser hospitalizada por un problema de salud que la mantuvo alejada del trabajo durante unos cuantos días en los que no percibió ingreso alguno por parte de su empleador, ya que este no está obligado a ello. Estados Unidos y Corea del Sur son los dos únicos países del total de las 38 economías avanzadas que componen la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que no garantizan por ley ningún tipo de baja por enfermedad remunerada. Sólo a lo largo de, literalmente, la última década, se ha conseguido que 16 de los 50 estados que componen Estados Unidos (entre los que no está Texas) hayan legislado a favor de revertir parcialmente esta situación tan lesiva para los intereses de la clase trabajadora.

Peor aún, en el momento de requerir atención hospitalaria, Z. no contaba con un seguro médico en un país en el que, recordemos, el sistema de salud es esencialmente privado (es decir, un negocio y no un servicio). Ponerse enfermo en Estados Unidos puede salir muy caro y es, estadísticamente, el principal motivo detrás de las bancarrotas personales que tan frecuentes son en esta zona del globo.

3. Salario. Z. cobra 12 dólares a la hora. Incluso en un estado relativamente barato como es Texas, dada la actual situación inflacionaria, afirmo con conocimiento de causa que dicho salario imposibilita tener una vida independiente y digna. Z. comienza su jornada laboral de 9 horas a las 7 de la mañana, momento en el que ya ha tenido que fichar mediante la toma de una fotografía, como si fuera un reo, en un espacio habilitado para ello en el campus de la universidad. Si se retrasa un solo minuto en fichar, puede dar por perdidos los 12 dólares correspondientes a la primera hora de su jornada laboral.

Estados Unidos es uno de los países más desiguales del mundo en términos de ingresos y riqueza. Como muestra de ello, la Figura 2 representa el coeficiente de Gini (cuanto mayor, mayor es la desigualdad de ingresos) en función de diferentes países, donde el caso de Estados Unidos contrasta con el de sociedades del norte de Europa, con una menor desigualdad y, por ende, mayor calidad de vida de la clase trabajadora.

Fig. 2: Coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de ingresos —donde 0 significa igualdad total y, 1, desigualdad total—, en función de diferentes países. Elaboración propia a partir de datos de la OCDE.

Una de las características de la excepcionalidad estadounidense (cada vez menos excepcional) es que, aparte del salario, cuestiones como vacaciones pagadas, baja por enfermedad retribuida o un seguro médico son también elementos de negociación individual entre el trabajador (en una posición de debilidad) y el empresario. En consecuencia, es natural esperar que los trabajos poco cualificados, para los cuales existe un gran excedente de oferta de mano de obra por razones evidentes, lleven aparejados pocos o ninguno de los beneficios —que deberían ser derechos— citados.

Z. se queja efusivamente del «colombiano», forma en la que se refiere a su empleador, como si las condiciones laborales de la primera fuesen resultado en exclusiva de la decisión personal del dueño de la empresa de limpieza. Por el contrario, el «colombiano» no es más que la personificación de un tipo de agente consustancial al sistema económico estadounidense, caracterizado este último por una desregulación laboral extrema que promueve estos abusos con el propósito de extraer una elevadísima plusvalía del trabajador. Ejemplo de ello es que un organismo público como la Universidad de Texas en Dallas contrata con la empresa de limpieza que nos ocupa aun a sabiendas de sus prácticas.

Z. está tratando de regularizar su situación en el país, algo que le llevará mucho tiempo y dinero y que posiblemente no llegue a conseguir nunca. Desde luego, la jugada es redonda para el capital estadounidense: numerosas medidas terroristas de política exterior de diferente índole (por ejemplo, medidas de bloqueo económico) favorecen el surgimiento de condiciones materiales de miseria para la mayoría social en otros países del globo, lo que estimula la generación de flujos migratorios de trabajadores desde estos países hacia Estados Unidos. Ya en este último país, estos trabajadores, despojados de todos sus derechos, son utilizados y exprimidos en un mayor grado con respecto a la clase trabajadora local (la cual, ya de por sí, adolece de una falta de derechos laborales esenciales) en beneficio del capital nacional.

Aunque aquí influyen diferentes factores, entre los que hay que incluir, por ejemplo, las decenas de miles de muertes anuales derivadas tanto de la violencia armada como de sobredosis por opiáceos como el fentanilo, dada toda la discusión expuesta en el presente artículo, no es de extrañar que la esperanza de vida al nacer en Estados Unidos (77 años) sea una de las más bajas de entre todos los países que componen la OCDE (a este respecto, la Figura 3 muestra la esperanza de vida al nacer en número de años en función de diferentes países). Que alguien piense —y lo digo también por experiencia propia— que Estados Unidos es un buen país para vivir como trabajador sólo puede responder a la efectividad del lavado de cerebro a diario ejercido por el brazo mediático y cultural del imperio estadounidense.

Fig. 3: Esperanza de vida al nacer en número de años en función de diferentes países. Elaboración propia a partir de datos de la OCDE.

lunes, julio 17, 2023

Centros de Atención Telefónica o la Gran Picadora de Carne: Entrevista con una Teleoperadora

Recientemente ha saltado a los medios de masas una noticia acerca de la muerte de una teleoperadora (a causa, parece ser, de un infarto) el pasado 13 de junio en un centro de atención telefónica de Konecta en Madrid. En primer lugar, resulta llamativo que los grandes medios de desinformación hayan puesto el foco en un caso de «accidente» laboral. ¿Se estarán volviendo subversivos? ¿Significará que, a partir de ahora, estos mismos medios sistemáticamente denunciarán las consecuencias de las precarias condiciones laborales devenidas de la explotación capitalista? No en balde, de acuerdo con los números del propio Ministerio de Trabajo, 826 personas murieron en su puesto de trabajo el pasado año 2022 debido a «accidentes» laborales. De hecho, y a pesar del autodenominado Gobierno más progresista de la historia, esta cifra no ha dejado de crecer desde el año 2013, cuando se alcanzó el mínimo número de fallecidos (558) de toda la serie histórica.

Volviendo sobre la cuestión de los medios de masas y su aparente interés repentino por favorecer la generación de las condiciones subjetivas para la superación del orden capitalista, hay que decir que no nos debemos llevar a engaño. Si excepcionalmente los grandes medios de desinformación han puesto sobre la palestra un caso como el expuesto al inicio del presente artículo es debido a la ruindad moral de los mismos. Y es que titular que los teleoperadores de un determinado centro de atención telefónica tuvieron que trabajar junto al cadáver de una de sus compañeras durante varias horas debe seguramente dar muchos clics o audiencia a estos carroñeros del «cuarto poder».

Dado que las informaciones que se pueden leer en la prensa acerca de esta noticia son contradictorias, no entraré a valorar el caso más allá de apuntar que el hecho de que compañeros de la teleoperadora fallecida continuaran atendiendo llamadas tras lo acontecido seguramente refleja, al menos, dos cosas: 1) la galopante falta de conciencia de clase/solidaridad obrera en la era de la posmodernidad y 2) el miedo y la sumisión de este colectivo de trabajadores a resultas de la violencia ejercida sobre ellos por parte de sus superiores, en particular, y de las inhumanas condiciones laborales del colectivo, en general. Todo ello me anima a querer entrevistar a una trabajadora del sector (cuyo empleador actualmente es, de hecho, Konecta) para que nos cuente, en primera persona, cómo es la vida del teleoperador. A continuación, reproduzco el resultado de esta breve entrevista.


P: En primer lugar, gracias por acceder a realizar esta entrevista y contarnos algo acerca de tu experiencia como teleoperadora en un centro de atención telefónica. ¿Por cuántos años has venido ejerciendo esta profesión y cómo y por qué comenzaste en ella?

R: Gracias a ti por hacerme partícipe de esta entrevista. Creo que es un tema que se silencia mucho, no se habla de él, de este trabajo como tal. Yo llevo ejerciendo como teleoperadora 15 años, y entré en esta empresa dedicada al mundo de la venta de televisión (sobre todo, de fútbol), Internet y teléfono con la intención de sacar un dinerillo extra para pagarme estudios de posgrado, cursos, etc. Al terminar la carrera, tienes ganas de empezar a ganar dinerillo y te ves con la facilidad de obtenerlo con un trabajo tan asequible como es este, ya que no requiere de ningún tipo de experiencia. Incluso la mayoría de compañeros y compañeras que están en la empresa formando parte de la plantilla es gente más que cualificada, con estudios universitarios.


P: En tu opinión, ¿significa esto que existe un perfil de trabajador joven y bien formado que concibe el trabajo de teleoperador como temporal hasta poder encontrar un nuevo empleo de mayor cualificación? ¿Cómo de abundante es este perfil y qué ocurre con él en la práctica?

R: Efectivamente, el perfil de las personas que adquieren este empleo suele ser gente joven y universitaria que o bien está terminando su carrera o está recién licenciada. Como he comentado antes, su objetivo sería sacar un dinero extra para, por ejemplo, ampliar estudios o hacer viajes al extranjero y mejorar el nivel de idioma para, en un futuro, conseguir un empleo mucho mejor, sobre todo a nivel económico.

En mi caso concreto, alrededor del 90% de toda la plantilla que entramos en 2006 éramos licenciados o diplomados, incluyendo informáticos, ingenieros de telecomunicación, abogados, biólogos, químicos… Muchos de nosotros nos vimos abocados a coger este tipo de empleo para el que únicamente se necesitaba don de gentes y ganas de trabajar en equipo. Ya sabes, te venden el empleo como algo positivo, que si vas a ganar dinero… pero, luego, la realidad es otra. El mundo de teleoperador es un mundo muy oscuro que no conoce mucha gente. No es un trabajo del que se hable, del que se sepan cosas que se deberían saber. Es nefasto a nivel laboral, humano, de compañerismo e incluso de trato entre la jerarquía, la cual está muy marcada. Es un trabajo muy precario en el que se maltrata al empleado en todos los sentidos: a nivel psicológico, emocional…


P: ¿Podrías dibujarnos brevemente cómo es una jornada habitual de trabajo?

R: Los turnos, de mañana o tarde, son de 7 horas. Si es por la mañana, tu jornada empieza (como es mi caso) a las 9 en punto, momento en el que ya tienes que tener tus auriculares puestos y estar conectada recibiendo la primera llamada. Hay pasillos de mesas separadas por cristales y, en la cabecera de cada pasillo, hay sentado un coordinador o supervisor que monitoriza cada una de tus llamadas. Los coordinadores y supervisores controlan lo que dices, lo que dejas de decir, te amonestan en caso de que digas algo inadecuado para ellos… Tras colgar una llamada, entra otra, cuelgas, y entra otra… entre llamada y llamada no pasan ni dos segundos; no da tiempo a respirar. Tenemos cada hora una parada de 5 minutos de descanso visual que no se cumple, incluso habiéndolo denunciado a la Inspección de Trabajo.

Tenemos un tiempo de tareas en el que te desconectas de la línea para que no entren llamadas y ahí tienes que hacer las gestiones. Desde el momento en que te pones «en tareas», te están monitorizando y dando en la espalda diciéndote:

—Por favor, ponte en listo, que hay muchas llamadas en espera.

—Es que estoy bebiendo agua.

—No, por favor, ponte en listo.

Al igual pasa para ir al baño. Tienes que pedir permiso y no siempre te lo conceden porque, si hay clientes esperando, tú tienes que atender a los clientes antes que ir al baño.

En tu jornada laboral, tienes dos descansos monitorizados y cronometrados de 10 y 20 minutos. En caso de excederte de manera reiterada —hablemos, a lo mejor, de un minuto cada día—, se te amonesta descontándotelo de tu sueldo. Además, de las escuchas activas de las llamadas que tienes con los clientes depende el que tú cobres o no. Nosotros tenemos un salario base que es el SMI y, luego, tenemos unos incentivos de producción que se cobran en función de cumplir unos objetivos que son inalcanzables. Ni dios llegaría. Son objetivos de calidad de llamada basados en que el cliente te valore bien en la encuesta de calidad. Habitualmente, los clientes (entre los que me incluyo) valoramos mal a los teleoperadores porque a los clientes no se les puede dar lo que quieren. ¿Por qué? Porque la empresa no nos lo permite. La empresa sólo quiere ganar, ganar y ganar. Maltrata a los trabajadores y a los clientes. Nunca cobramos los incentivos, pero sí nos presionan para conseguirlos haciendo comparativas para crear tensión entre compañeros y que no nos unamos en cuestiones de parones y huelgas.

En más de una ocasión, debido a mi patología, alegada con informes médicos, he tenido que desconectar entre llamada y llamada porque no me daba la cabeza y me han dicho:

—Por favor, ponte en listo. Por favor, hay llamadas en espera.

—Mira, que no puedo.

—Por favor, ponte.

Cientos de compañeros, entre los que me incluyo, hemos sufrido crisis o ataques de ansiedad. Hay personas que han sufrido ictus que actualmente ya no están trabajando allí, operaciones de tendinitis porque no nos dejan parar… Podría contarte tantas cosas que no sé ni por dónde empezar.


P: El escenario que dibujas de explotación extrema del teleoperador que involucra prácticas directamente esclavistas es, desde luego, dantesco, por lo que, tristemente, no sorprenden las secuelas derivadas del trabajo en términos de salud física y mental que esbozas en la última parte de tu respuesta. En relación a esto, imagino que has conocido la reciente noticia de una compañera teleoperadora fallecida en su puesto de trabajo, supuestamente, a causa de un infarto. Me pregunto qué reflexión te lleva a hacer este caso.

R: En la sede de Konecta que tenemos aquí en Granada, fallecimientos in situ no ha habido, pero sí ha habido compañeras mías con 34 o 35 años que han fallecido de cáncer. También, mi ictus, varios ictus más que, como te digo, actualmente no están trabajando, personas incapacitadas por problemas de oído o por problemas psicológicos…

Mi sensación (y creo que la de muchos compañeros y compañeras) es que un call center es una secta. Es un trabajo donde la esclavitud no se ha abolido, inquisitorio, en el que manda una persona que es el líder y los demás somos su rebaño. Cuando no sirves, te sustituyen rápidamente; no les tiembla el pulso.

Damos la cara día a día ante el teléfono, aguantamos los insultos de los clientes y los insultos y presiones de nuestros superiores. Eso, día a día te va matando. Han desaparecido informes de inspecciones que se han hecho por maltrato y acoso laboral. Si miras las estadísticas, los call centers son los centros de trabajo que más denuncias al día tienen, los que más pisan los juzgados. Los propios abogados que llevan los casos lo dicen: «negreros, cortijeros, rateros».

El trabajo ha acabado con la poca salud que tenía. He llegado a tener ganas de dejarlo todo, de tirar la toalla, ganas de no vivir. He tenido compañeras con ganas de suicidarse, compañeras con ataques de ira en mitad de una llamada, compañeras que se han derrumbado porque un cliente no ha parado de decirles «puta, que no vales un duro, que estás ahí para que te paguen por no hacer nada», y, encima, tu superior decir «no se te ocurra colgarle». Tienes que tolerar que te insulten y maltraten los clientes porque, si no lo haces, por detrás, tu superior te está dando una palmadita en la espalda y diciendo que «a la calle». Y, otra cosa más, cuando te despiden, no te avisan con 15 días de antelación. No te reúnen, te despiden humillándote delante de tus compañeros. ¿Cómo? Empiezas tu jornada laboral y, cuando ya estamos todos sentados, es como el juego de la ruleta. A los 15 o 20 minutos, viene por detrás un supervisor, te toca el hombro y te dice:

—Por favor, cuando finalices la llamada, desconéctate y recoge tus cosas.

Te levantas con tus cosas (una sala llena de compañeros te está observando) y te dirigen a la puerta con un vigilante de seguridad que tiene preparado un papel para que firmes como conforme, porque el despido ha sido objetivo, por baja productividad, cuando eso no se puede ni demostrar.

Para que veas hasta qué punto aquello es un grupo de sinvergüenzas, te contaré lo siguiente. Hubo un incendio en el bar de al lado y el humo entró en nuestra empresa. No se podía respirar. ¿Tú sabes lo que nos dijeron? Que siguiésemos cogiendo llamadas. Y, eso, se puede demostrar. Mucha gente nos quedamos por miedo a que nos despidiesen, porque nos amenazaron con despedirnos si nos íbamos. Además, el día del estado de alarma, el 15 de marzo del 2020, nuestra empresa cerró las puertas, nos hizo trabajar sin mascarillas, sin guantes, sin metro y medio de distancia, de manera clandestina cuando el Estado había decretado 15 días de confinamiento. Estuvimos trabajando con puertas cerradas hasta que dieron un chivatazo, vino la policía y nos evacuaron. La empresa cerró. Recuerdo que la precintaron y yo me fui con un ataque de ansiedad, llorando. Aun así, a los pocos días, fueron llamando a la gente diciendo que fuesen a trabajar, que el que no fuese a trabajar estaba despedido. ¡En pleno estado de alarma!


P: En un par de ocasiones has referido que el trabajo de teleoperador no es un trabajo del que se hable ni del que se sepan cosas que se deberían saber. Háblanos de alguna de estas cosas que no hayas mencionado ya en esta entrevista.

R: Ahora están de juicios porque niegan las vacaciones a los empleados con cualquier excusa, sobre todo en época de verano, que es cuando los niños no tienen cole y necesitan estar con sus padres (y el sueldo de teleoperador no da para pagar un campamento o escuela de verano). Les gusta promocionar mucho la conciliación familiar, el que los padres y madres puedan compaginar el trabajo con la atención y crianza de los niños, pero es mentira.

Además, es muy triste que, en una empresa, el 80% de la plantilla quiera su despido (el 20% que queda es gente que está en una edad ya difícil a la hora de poder tener una mejora a nivel laboral). Una compañera mía tuvo que renunciar al trabajo, perdiendo todos sus derechos, por acoso sexual. Yo también sufrí acoso por parte de un superior. Aprovechándose de su cargo (responsable de operaciones), durante un tiempo, estuvo acosándome sexualmente, acorralándome en la empresa, intimidándome… tuve que ponerlo en conocimiento de una psicóloga.

Yo he estado en el otro lado también. He estado como coordinadora. Me ascendieron premiando mi buena labor, supuestamente. Podrían haber puesto a cualquier otra persona: no necesitas cualificación de ningún tipo. No me menosprecio por ello, simplemente, me refiero a que no tenías que cumplir con unos requisitos concretos. Durante el tiempo que estuve de coordinadora empecé a enterarme de cosas de las que, como teleoperador (lo que yo soy actualmente), no te enteras. Por ejemplo, te dicen:

—A aquel hay que despedirlo. Haz un informe negativo sobre él.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que ha hecho? ¿Qué informe negativo pongo si no ha hecho nada? No ha cometido ningún error, no ha faltado al respeto al compañero, atiende bien a los clientes…

—A mí me da igual, pero yo necesito un informe negativo de esa persona para despedirlo.


P: Muchas gracias por tu tiempo y por hablarnos de tu experiencia personal acerca del caso que nos ocupa. Mucha fuerza para tu lucha, que es la lucha de todo el colectivo de trabajadores de centros de atención telefónica.

R: Gracias a ti por darle visibilidad a nuestro colectivo y esperemos que con tu entrevista y esta fatídica noticia que hemos tenido con la compañera que lamentablemente ha fallecido pueda cambiar algo.

sábado, diciembre 10, 2022

El Gran Sueño Americano

En primer lugar, espero lograr no pecar de eurocéntrico de ahora en adelante, pues ni es mi intención ni pienso que tengamos motivos reales para serlo (si es que pudieran llegar a existir algunos) dadas las circunstancias políticas, económicas y sociales de nuestro continente. No obstante, pido perdón de antemano. En breve se entenderá el porqué de esta introducción.


En el primer trimestre de este año que se encuentra cercano a su término logré financiación pública de la Comisión Europea para la ejecución de mi propio proyecto de investigación en la Universidad de Texas en Dallas. Escogí a propósito dicha universidad, entre otros muchos motivos, con el objetivo de tener una experiencia de vida en Estados Unidos. Si bien Estados Unidos no deja de ser Occidente, uno, como europeo, no puede soslayar el inevitable choque cultural. Recién llegado, una de las primeras cosas que llamó mi atención en el área de Dallas fue el observar calles desiertas: prácticamente ni un alma camina, haciéndose, por el contrario, uso y abuso del vehículo privado. Es más, Texas (y, en general, el sur de Estados Unidos) adolece de una llamativa falta de infraestructuras peatonales: yo mismo me he encontrado caminando «campo a través» para llegar a determinados lugares dentro de la ciudad de Dallas, o andando sobre pasos de peatones (si es que los hay) que parecen salidos de una pintura de estilo cubista. No deja de resultarme sorprendente el hecho de que, en muchas ocasiones, ni siquiera sea necesario bajarse del vehículo para hacer una compra o realizar personalmente alguna operación en una sucursal bancaria. Esta cultura del uso y abuso del vehículo privado es, definitivamente, una de las causas de que, según la Organización Mundial de la Salud, Estados Unidos presente la tasa de obesidad más elevada del planeta: 38,2% de la población adulta en 2022. Y, dicho sea de paso, practicar un deporte que amo como el ciclismo es poco menos que una odisea, pues 1) no existe una verdadera cultura ciclista, 2) los conductores de vehículos a motor son en multitud de ocasiones intencionadamente irrespetuosos con los ciclistas, y 3) vías auxiliares, como carriles bici o, directamente, arcenes, brillan por su ausencia. En el área de Dallas, he conocido ciclistas a propósito atropellados por conductores de coche y yo mismo he recibido alguna advertencia como ciclista.


Sin perjuicio de hacerlo extensivo a otras regiones del país, particularmente del área de Dallas y Nueva Orleáns destacaría la precariedad de su infraestructura y servicios públicos: la ya mencionada inexistencia de aceras o las mismas en un deficiente estado de conservación, mobiliario público defectuoso, tendido eléctrico que parece más propio de países dependientes que de la primera potencia mundial (al menos, en términos esperados), transporte público (como autobuses y trenes) escaso, anticuado y en pésimo estado, etc. Por suerte, no he tenido que hacer uso del sistema sanitario (privado), si bien, afortunadamente, dispongo de cobertura sanitaria teóricamente ilimitada provista por el Estado de Dinamarca. En cuanto a la educación, es habitual que los estudiantes universitarios y sus familias se endeuden, de acuerdo con un sistema perverso creado ex profeso, para hacer frente a los desorbitados costes de los estudios (tanto privados como públicos). En un reciente vuelo de Dallas a Londres, conocí a un joven de origen mexicano, quien, siendo tan sólo un niño, cruzó la frontera entre México y Texas junto a su familia para finalmente establecerse en Lewisville, en el área de Dallas. Me contó cómo tuvo que endeudarse (y endeudado continúa) para poder pagar los sesenta mil dólares (unos sesenta mil euros, aproximadamente) que costaron sus estudios universitarios de arquitectura. Óscar, que así se llama este joven, viajaba a Europa para, a la aventura, comenzar una nueva vida en Copenhague, Dinamarca.


Fotografía de un cartelito en el supermercado Tom Thumb advirtiendo del aumento del precio de los huevos de gallina debido a su escasez en toda la nación


Si bien en Texas la situación no es tan crítica, el coste de la vida se encuentra disparado en Estados Unidos, problema agravado por el actual escenario inflacionario. Los precios de multitud de productos básicos son abiertamente abusivos, algo que, en ocasiones, directamente se debe a la escasez de los mismos. En los últimos tiempos, cuando he ido a hacer la compra al supermercado que frecuento, Tom Thumb, he podido leer, en la sección de huevos, un cartelito con el siguiente mensaje: «Debido a la escasez nacional de huevos, los costos han aumentado significativamente en las últimas semanas. Seguiremos trabajando con nuestros proveedores para mejorar la disponibilidad». Y no, prometo que no se trata de Venezuela, tal y como anhelaría nuestra «querida» (ultra)derecha mediática (bueno, quizás no lo anhelaría tanto ahora dado el acercamiento entre Biden y Maduro en el contexto del convulso escenario geopolítico actual). También, los precios de la vivienda continúan el meteórico ascenso que emprendieron hace unos pocos años. Aunque Texas ha sido un Estado tradicionalmente «barato» en lo que respecta a esta cuestión, está dejando de serlo. Una de las causas de esta circunstancia me la relataba una conductora de Uber no hace mucho: los precios de la vivienda en Texas están siendo presionados por el hecho de que muchas personas de Estados como California y Nueva York son literalmente expulsadas de dichos lugares debido a los inasumibles altos precios de los alquileres, por lo que deciden mudarse a Estados del sur, como Texas, que son más baratos. Y no hablemos ya de las condiciones leoninas de los contratos de arrendamiento más las típicas pequeñas estafas que cometen las empresas inmobiliarias ante las que los inquilinos nos encontramos prácticamente indefensos (podría relatar algunos cuantos ejemplos sufridos en carne propia, aunque no lo haré por mantener la brevedad del artículo).


Mención especial requiere la cuestión de la cultura de la propina que, por fortuna, no existe en Europa. Es, simple y llanamente, un acto de pura violencia, pues supone el enfrentamiento de, normalmente, dos personas de clase trabajadora (comprador y trabajador de ventas) en una interacción personal que presiona al comprador a deshacerse gratuitamente de un porcentaje del valor del producto que adquiere. Peor aún, incluso asumiendo que la propina vaya íntegramente al trabajador de ventas, supone, en la mayoría de los casos, otra modalidad de transferencia de rentas del trabajo a las del capital, pues los ingresos del trabajador de ventas a final de mes pueden depender en una parte o su totalidad de dichas propinas. En otras palabras, se podría hablar en este contexto de compartición de salarios: los salarios de los trabajadores dependen de las propinas de otros trabajadores, las cuales proceden, a su vez, de sus salarios. Agravando por tanto su violencia inherente, la cultura de la propina enfrenta a trabajadores con trabajadores y supone un empobrecimiento encubierto de los mismos en términos agregados (la mencionada transferencia de rentas del trabajo hacia las del capital). Nótese el formidable grado de sobreexplotación derivado de esta práctica, la cual roza el trabajar por caridad. En incontables ocasiones, después de proporcionar mi tarjeta para pagar por algún producto o servicio, esta se me devuelve junto con un bolígrafo y un recibo donde, frente al trabajador de ventas, tengo que firmar tras escribir de mi puño y letra cuánta propina deseo dejar. No pocas veces, la actitud del trabajador de ventas ha pasado de ser cordial a poco agradable inmediatamente después de no dejar propina. Presión, violencia intraclase espoleada por la clase dominante.


Fotografía de un monolito conteniendo una inscripción que, irónicamente, habla de igualdad y derechos humanos en la Plaza de las Naciones Unidas en San Francisco


Dado el funcionamiento del sistema estadounidense simplemente apuntado de forma superficial en los anteriores párrafos, no es de extrañar la existencia de una extrema desigualdad y pobreza que es abiertamente patente en las grandes urbes. De hecho, he de decir que nunca antes en mi vida, tras visitar más de una treintena de países de todo tipo en tres continentes, había presenciado tal grado de miseria como el que me he encontrado en Estados Unidos. En las tres ciudades que he visitado hasta la fecha (Dallas, Nueva Orleáns y San Francisco), es habitual ver tiendas de campaña instaladas bajo puentes donde malviven muchas personas sin recursos. Caminar por el centro de las ciudades y cruzarse frecuentemente con seres humanos sumidos en la miseria más absoluta y con enfermedades mentales es un denominador común. Es posible que esas enfermedades mentales sean producto de dicha miseria. También es probable que la miseria sobrevenga cuando se trata de hacer frente económicamente a los costosísimos tratamientos de salud (mental, en este caso). Y, sin atisbo de sorpresa alguna, esta extrema pobreza presenta un cierto sesgo étnico. La relativa (para ser justos, existen movimientos sociales en lucha) aceptación social de esta realidad sólo puede ser comprendida por una clase de anestesia generalizada proveniente de la costumbre, a la que yo mismo comencé a percibir que estaba tristemente sucumbiendo.


Un lugar cualquiera en el centro de San Francisco


Siendo Estados Unidos el país que más valor produce anualmente en el mundo en términos absolutos, es evidente que esta extrema pobreza, consecuencia de una extrema desigualdad, no puede ser explicada sino por una decisión puramente (de economía) política. Reflexionando mientras paseaba por el barrio de Tremé en Nueva Orleáns, no podía dejar de fascinarme ante la efectividad de la propaganda estadounidense (mediática, cinematográfica, etc.) para inocular en las mentes de la clase trabajadora a lo largo y ancho del planeta la noción de que Estados Unidos es poco menos que la punta de lanza de los países libres, la tierra de las oportunidades. Muy al contrario, Estados Unidos representa la expresión más refinada de la dictadura del capital. Sin dejar a un lado nuestra solidaridad con la clase trabajadora norteamericana, debemos estar en guardia en Europa, pues estamos paso a paso convergiendo hacia la privatización total de servicios públicos con la subsiguiente pérdida de derechos sociales de la que Estados Unidos, un lugar donde domina una cultura política reaccionaria hostil con la vida humana, es reflejo. Al fin y al cabo, la pata más importante de la llamada Troika que gobierna la Unión Europea con mano de hierro es el Fondo Monetario Internacional, el cual, única y exclusivamente, vela por los intereses del gran capital financiero estadounidense.


Estando en Nueva Orleáns, no pude evitar reparar en el antiguo edificio de United Fruit Company y tomar una fotografía del mismo al acordarme del Che Guevara cuando, estando en Costa Rica en 1953, escribió una carta a su tía Beatriz con frases como «…tuve la oportunidad de pasar por los dominios de la United Fruit convenciéndome una vez más de lo terrible que son estos pulpos capitalistas». Fue entonces cuando el Che tomó la determinación de consagrar su vida a hacer la revolución.



Antiguo edificio de United Fruit Company en Nueva Orleáns

miércoles, agosto 10, 2022

Seguir Cavando para Salir del Hoyo

La tozudez (y estupidez) de las grandes instituciones económicas internacionales cuando se trata de aplicar, una y otra vez, las mismas e inservibles políticas económicas ortodoxas no debe ser subestimada. Veamos la última.


El conjunto de la clase trabajadora mundial (también la de los países centrales) sufre los efectos de una inflación galopante a resultas del desorbitado aumento de los precios de numerosas materias primas así como del encarecimiento de la energía. Y, por mucho que se empecinen Joe Biden y los medios de «información»/propaganda occidentales que descaradamente toman por imbéciles a las mayorías sociales, este escenario inflacionario no ha sido desatado por Vladímir Putin y «su» guerra. No, los trabajadores tenemos memoria, y, independientemente de que se haya alcanzado en julio de 2022 un nuevo récord en la eurozona al llegarse (según la Oficina de Estadística de la Unión Europea, Eurostat) al 8,9% de inflación, sabemos perfectamente que la presente situación se remonta, por lo menos, a dos años atrás. Y ya no es que los trabajadores lo sepamos perfectamente, sino que lo padecemos perfectamente.


¿Y qué están haciendo las grandes instituciones económicas internacionales para atajar este grave problema inflacionario? Pues bien, desde, cómo no, una óptica exclusivamente monetarista, la Reserva Federal de los Estados Unidos ha subido recientemente los tipos de interés. Paralelamente, el Banco Central Europeo, por vez primera en once años, también ha elevado los tipos de interés, pasando estos del 0% (donde se han situado ininterrumpidamente desde marzo de 2016) al 0,5%. Esta última subida de tipos se corresponde con la mayor de ellas en 22 años. Y, bueno, realmente no debe sorprender la aplicación de esta medida clásica de política monetaria, sobre todo teniendo en consideración que el único objetivo del Banco Central Europeo es el de mantener la inflación cercana al 2%.


Evolución del tipo de interés oficial del Banco Central Europeo


¿Cuál es el problema entonces? El problema reside en que los efectos de las diferentes medidas de política económica no pueden teledirigirse hacia un objetivo concreto, sino que estas impactan ampliamente la dinámica económica. Por ejemplo, téngase en cuenta el papel que juegan los tipos de interés en función de la fase en que nos encontremos del ciclo económico. En pocas palabras, los tipos de interés suelen elevarse con objeto de «enfriar» la economía en escenarios expansivos de acumulación de capital mientras que estos mismos tipos se reducen con la idea de estimular o reanudar el proceso de acumulación en situaciones de estancamiento o crisis. La coyuntura actual se asemeja más al segundo que al primer escenario, lo que viene simbólicamente reforzado por el hecho de que Estados Unidos ha entrado recientemente en recesión técnica al acumular dos trimestres consecutivos de caída de su producto interior bruto. Dicho de otro modo, una subida de tipos de interés podría hasta ser beneficiosa para la economía si nos encontrásemos en una fase casi opuesta a la presente. Pero, ¿cómo puede afectar ahora dicha subida?


La situación inflacionaria actual no está motivada por una alta demanda agregada a causa de elevados salarios, como a los economistas ortodoxos gusta decir. Muy al contrario, el presente escenario inflacionario está causado mayoritariamente (en más de un 80% en el caso español) por los beneficios empresariales. El problema, por tanto, no radica en un exceso de demanda de una población mundial que, de hecho, está teniendo dificultades para cubrir sus necesidades básicas, sino en una alarmante escasez de oferta. En otras palabras, el modo de producción capitalista está atravesando notables dificultades para satisfacer las necesidades básicas de la población incluso en las potencias centrales (en el fondo, esto no es tan sorprendente, pues el modo de producción capitalista es un sistema anárquico carente de la más mínima planificación). Por lo tanto, la subida de tipos de interés va a deprimir aún más si cabe la ya deprimida inversión en necesarios procesos productivos, lo cual presionará la oferta aún más a la baja. O, desde otro punto de vista, la subida de tipos de interés puesta en marcha para atajar la inflación desde una óptica monetarista puede, irónicamente, acentuar la inflación por un aumento relativo de la demanda agregada sobre la oferta. Desde luego, esto es lo que yo llamo seguir cavando para salir del hoyo.


El nivel de contradicción interna nunca visto antes que está alcanzando el modo de producción capitalista es formidable. En conclusión, este breve análisis es sólo una muestra más de lo delirante que resulta afirmar que es posible encontrar soluciones en favor de la mayoría social trabajadora dentro del seno del sistema económico imperante.