En primer lugar, espero lograr no pecar de
eurocéntrico de ahora en adelante, pues ni es mi intención ni pienso que tengamos
motivos reales para serlo (si es que pudieran llegar a existir algunos) dadas
las circunstancias políticas, económicas y sociales de nuestro continente. No
obstante, pido perdón de antemano. En breve se entenderá el porqué de esta
introducción.
En el primer trimestre de este año que se encuentra
cercano a su término logré financiación pública de la Comisión Europea para la ejecución
de mi propio proyecto de investigación en la Universidad de Texas en Dallas.
Escogí a propósito dicha universidad, entre otros muchos motivos, con el
objetivo de tener una experiencia de vida en Estados Unidos. Si bien Estados
Unidos no deja de ser Occidente, uno, como europeo, no puede soslayar el
inevitable choque cultural. Recién llegado, una de las primeras cosas que llamó
mi atención en el área de Dallas fue el observar calles desiertas:
prácticamente ni un alma camina, haciéndose, por el contrario, uso y abuso del
vehículo privado. Es más, Texas (y, en general, el sur de Estados Unidos)
adolece de una llamativa falta de infraestructuras peatonales: yo mismo me he
encontrado caminando «campo a través» para llegar a determinados lugares dentro
de la ciudad de Dallas, o andando sobre pasos de peatones (si es que los hay)
que parecen salidos de una pintura de estilo cubista. No deja de resultarme
sorprendente el hecho de que, en muchas ocasiones, ni siquiera sea necesario
bajarse del vehículo para hacer una compra o realizar personalmente alguna
operación en una sucursal bancaria. Esta cultura del uso y abuso del vehículo
privado es, definitivamente, una de las causas de que, según la Organización
Mundial de la Salud, Estados Unidos presente la tasa de obesidad más elevada
del planeta: 38,2% de la población adulta en 2022. Y, dicho sea de paso,
practicar un deporte que amo como el ciclismo es poco menos que una odisea,
pues 1) no existe una verdadera
cultura ciclista, 2) los conductores
de vehículos a motor son en multitud de ocasiones intencionadamente
irrespetuosos con los ciclistas, y 3)
vías auxiliares, como carriles bici o, directamente, arcenes, brillan por su ausencia. En el área de Dallas, he conocido
ciclistas a propósito atropellados por conductores de coche y yo mismo he recibido
alguna advertencia como ciclista.
Sin perjuicio de hacerlo extensivo a otras regiones
del país, particularmente del área de Dallas y Nueva Orleáns destacaría la
precariedad de su infraestructura y servicios públicos: la ya mencionada
inexistencia de aceras o las mismas en un deficiente estado de conservación,
mobiliario público defectuoso, tendido eléctrico que parece más propio de
países dependientes que de la primera potencia mundial (al menos, en términos
esperados), transporte público (como autobuses y trenes) escaso, anticuado y en
pésimo estado, etc. Por suerte, no he tenido que hacer uso del sistema
sanitario (privado), si bien, afortunadamente, dispongo de cobertura sanitaria
teóricamente ilimitada provista por el Estado de Dinamarca. En cuanto a la
educación, es habitual que los estudiantes universitarios y sus familias se
endeuden, de acuerdo con un sistema perverso creado ex profeso, para hacer frente a los desorbitados costes de los
estudios (tanto privados como públicos). En un reciente vuelo de Dallas a
Londres, conocí a un joven de origen mexicano, quien, siendo tan sólo un niño,
cruzó la frontera entre México y Texas junto a su familia para finalmente
establecerse en Lewisville, en el área de Dallas. Me contó cómo tuvo que endeudarse
(y endeudado continúa) para poder pagar los sesenta mil dólares (unos sesenta
mil euros, aproximadamente) que costaron sus estudios universitarios de
arquitectura. Óscar, que así se llama este joven, viajaba a Europa para, a la
aventura, comenzar una nueva vida en Copenhague, Dinamarca.
Fotografía de un cartelito en el supermercado Tom Thumb
advirtiendo del aumento del precio de los huevos de gallina debido a su escasez
en toda la nación
Si bien en Texas la situación no es tan crítica, el
coste de la vida se encuentra disparado en Estados Unidos, problema agravado
por el actual escenario inflacionario. Los precios de multitud de productos
básicos son abiertamente abusivos, algo que, en ocasiones, directamente se debe
a la escasez de los mismos. En los últimos tiempos, cuando he ido a hacer la
compra al supermercado que frecuento, Tom Thumb, he podido leer, en la sección
de huevos, un cartelito con el siguiente mensaje: «Debido a la escasez nacional de huevos, los costos han aumentado
significativamente en las últimas semanas. Seguiremos trabajando con nuestros
proveedores para mejorar la disponibilidad». Y no, prometo que no se trata
de Venezuela, tal y como anhelaría nuestra «querida» (ultra)derecha mediática
(bueno, quizás no lo anhelaría tanto ahora dado el acercamiento entre Biden y
Maduro en el contexto del convulso escenario geopolítico actual). También, los
precios de la vivienda continúan el meteórico ascenso que emprendieron hace
unos pocos años. Aunque Texas ha sido un Estado tradicionalmente «barato» en lo
que respecta a esta cuestión, está dejando de serlo. Una de las causas de esta circunstancia
me la relataba una conductora de Uber no hace mucho: los precios de la vivienda
en Texas están siendo presionados por el hecho de que muchas personas de Estados
como California y Nueva York son literalmente expulsadas de dichos lugares
debido a los inasumibles altos precios de los alquileres, por lo que deciden
mudarse a Estados del sur, como Texas, que son más baratos. Y no hablemos ya de
las condiciones leoninas de los contratos de arrendamiento más las típicas
pequeñas estafas que cometen las empresas inmobiliarias ante las que los
inquilinos nos encontramos prácticamente indefensos (podría relatar algunos
cuantos ejemplos sufridos en carne propia, aunque no lo haré por mantener la
brevedad del artículo).
Mención especial requiere la cuestión de la cultura
de la propina que, por fortuna, no existe en Europa. Es, simple y llanamente,
un acto de pura violencia, pues supone el enfrentamiento de, normalmente, dos
personas de clase trabajadora (comprador y trabajador de ventas) en una
interacción personal que presiona al comprador a deshacerse gratuitamente de
un porcentaje del valor del producto que adquiere. Peor aún, incluso asumiendo
que la propina vaya íntegramente al trabajador de ventas, supone, en la mayoría
de los casos, otra modalidad de transferencia de rentas del trabajo a las del
capital, pues los ingresos del trabajador de ventas a final de mes pueden
depender en una parte o su totalidad de dichas propinas. En otras palabras, se
podría hablar en este contexto de compartición
de salarios: los salarios de los trabajadores dependen de las propinas de
otros trabajadores, las cuales proceden, a su vez, de sus salarios. Agravando por
tanto su violencia inherente, la cultura de la propina enfrenta a trabajadores
con trabajadores y supone un empobrecimiento encubierto de los mismos en
términos agregados (la mencionada transferencia de rentas del trabajo hacia las
del capital). Nótese el formidable grado de sobreexplotación derivado de esta
práctica, la cual roza el trabajar por caridad. En incontables ocasiones,
después de proporcionar mi tarjeta para pagar por algún producto o servicio,
esta se me devuelve junto con un bolígrafo y un recibo donde, frente al
trabajador de ventas, tengo que firmar tras escribir de mi puño y letra cuánta
propina deseo dejar. No pocas veces, la actitud del trabajador de ventas ha
pasado de ser cordial a poco agradable inmediatamente después de no dejar
propina. Presión, violencia intraclase espoleada por la clase dominante.
Fotografía de un monolito conteniendo una inscripción
que, irónicamente, habla de igualdad y derechos humanos en la Plaza de las
Naciones Unidas en San Francisco
Dado el funcionamiento del sistema estadounidense
simplemente apuntado de forma superficial en los anteriores párrafos, no es de
extrañar la existencia de una extrema desigualdad y pobreza que es abiertamente
patente en las grandes urbes. De hecho, he de decir que nunca antes en mi vida,
tras visitar más de una treintena de países de todo tipo en tres continentes,
había presenciado tal grado de miseria como el que me he encontrado en Estados
Unidos. En las tres ciudades que he visitado hasta la fecha (Dallas, Nueva
Orleáns y San Francisco), es habitual ver tiendas de campaña instaladas bajo
puentes donde malviven muchas personas sin recursos. Caminar por el centro de
las ciudades y cruzarse frecuentemente con seres humanos sumidos en la miseria
más absoluta y con enfermedades mentales es un denominador común. Es posible
que esas enfermedades mentales sean producto de dicha miseria. También es probable
que la miseria sobrevenga cuando se trata de hacer frente económicamente a los costosísimos
tratamientos de salud (mental, en este caso). Y, sin atisbo de sorpresa alguna,
esta extrema pobreza presenta un cierto sesgo étnico. La relativa (para ser
justos, existen movimientos sociales en lucha) aceptación social de esta
realidad sólo puede ser comprendida por una clase de anestesia generalizada
proveniente de la costumbre, a la que yo mismo comencé a percibir que estaba
tristemente sucumbiendo.
Un lugar cualquiera en el centro de San Francisco
Siendo Estados Unidos el país que más valor produce
anualmente en el mundo en términos absolutos, es evidente que esta extrema pobreza,
consecuencia de una extrema desigualdad, no puede ser explicada sino por una
decisión puramente (de economía) política. Reflexionando mientras paseaba por
el barrio de Tremé en Nueva Orleáns, no podía dejar de fascinarme ante la
efectividad de la propaganda estadounidense (mediática, cinematográfica, etc.)
para inocular en las mentes de la clase trabajadora a lo largo y ancho del
planeta la noción de que Estados Unidos es poco menos que la punta de lanza de
los países libres, la tierra de las oportunidades. Muy al contrario, Estados
Unidos representa la expresión más refinada de la dictadura del capital. Sin
dejar a un lado nuestra solidaridad con la clase trabajadora norteamericana,
debemos estar en guardia en Europa, pues estamos paso a paso convergiendo hacia
la privatización total de servicios públicos con la subsiguiente pérdida de
derechos sociales de la que Estados Unidos, un lugar donde domina una cultura
política reaccionaria hostil con la vida humana, es reflejo. Al fin y al cabo,
la pata más importante de la llamada Troika
que gobierna la Unión Europea con mano de hierro es el Fondo Monetario
Internacional, el cual, única y exclusivamente, vela por los intereses del gran
capital financiero estadounidense.
Estando en Nueva Orleáns, no pude evitar reparar en
el antiguo edificio de United Fruit Company y tomar una fotografía del mismo al
acordarme del Che Guevara cuando, estando en Costa Rica en 1953, escribió una
carta a su tía Beatriz con frases como «…tuve la oportunidad de pasar por los
dominios de la United Fruit convenciéndome una vez más de lo terrible que son
estos pulpos capitalistas». Fue entonces cuando el Che tomó la determinación de
consagrar su vida a hacer la revolución.
Antiguo edificio de United Fruit Company en Nueva Orleáns
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