miércoles, agosto 21, 2019

La Revolución Traicionada

Comienzo a escribir estas líneas tumbado en una cama de una antigua casa colonial ubicada en la calle San Nicolás, en pleno Centro Habana, a unos pasos del mundialmente conocido Malecón habanero. La casa tiene la distintiva marca con las palabras «arrendador divisa». De acuerdo con mi planificación inicial, hoy debería encontrarme en la población de Cienfuegos. Sin embargo, las altas temperaturas y humedad del mes de agosto, unidas a alguna clase de virus que me ha producido ciertas molestias como fiebre, han hecho que decida evitar el aún más caluroso oriente del país así como permanecer en la capital de la mayor de las Antillas.

Tras esta somera puesta en situación y dado el título del escrito que necesariamente, aunque no premeditadamente, recuerda a Trotsky, el lector puede figurarse el sentido de estas palabras. Insisto, no se trata de ningún guiño a Trotsky, sino que, sencillamente, no encontré un título más apropiado. En definitiva, estas breves líneas surgen de las tripas más que de la cabeza, pues no reúno la información necesaria para emitir un juicio justo que, a priori, se antoja muy complejo. No obstante, las considero perfectamente válidas.

Cuba es un país inusitadamente pacífico y seguro en relación al resto de Latinoamérica. Uno puede disfrutar de caminar tranquilamente por cualquier calle a cualquier hora del día y charlar con sus gentes rebosantes de amabilidad y simpatía. Eso sí, hay que ser ciertamente precavido con la viveza de algunos cubanos, es decir, con esa suerte de sutil engatusamiento que no siempre puede ser tildado de engaño como tal y que tiene por objeto la obtención de alguna clase de beneficio por parte de quien lo practica. La habilidad con que estos isleños manejan la palabra resulta envidiable. Sin embargo, la práctica demostración de la viveza tiene, por lo general, un trasfondo de necesidad material, y he aquí el problema.

La revolución culminada en los albores de 1959 fue un triunfo innegable para el avance de la humanidad. En un país en el que sectores estratégicos de la economía eran explotados privadamente por corporaciones norteamericanas mientras el pueblo era relegado a la más absoluta miseria material y moral, la revolución era insoslayable. Cabe tener presente que tal revolución tuvo una motivación esencialmente nacionalista y antiimperialista compuesta de elementos ideológicos transversales. De hecho, el Partido Socialista Popular (comunista) cubano no apoyó el movimiento guerrillero sino hasta 1958. Tras el triunfo de la Revolución cubana y ya a través de la vía socialista, impresionantes progresos acontecieron en el terreno de la justicia social que sería torticero negar, como la Ley de Reforma Agraria o la alfabetización de la práctica totalidad de la población.

Dicho lo anterior, mis vivencias en la isla me generan cierta desazón, mucha más de la sentida durante mi visita a Corea del Norte, país este último más disciplinado, a imagen y semejanza de sus vecinos orientales. También me parece justo reseñar que tal desazón comparativa hay que relativizarla al hecho de que en Corea del Norte no tuve la libertad de movimiento que sí tengo en Cuba.

Antes de la Revolución, Cuba, donde abundaban el juego y la prostitución, era el parque de recreo de los norteamericanos. ¿Y ahora? El turismo es fundamental para el mantenimiento a flote de la isla. La inteligente estrategia de la doble divisa utilizada con los visitantes extranjeros trata de, mínimamente, dado el devaluado peso cubano, salvar algo los efectos de la Ley Helms-Burton, es decir, del criminal bloqueo económico impuesto por los Estados Unidos. En suma, la estrategia de la doble divisa contribuiría al tan necesario aumento de la liquidez del Estado que tan injustamente se ve asfixiada. Así, salvando las distancias, tras sesenta años de Revolución, Cuba sigue siendo un parque de recreo para extranjeros. Cubanos conducen preciosos coches antiguos de los años cincuenta, en su momento expropiados, para el goce y disfrute de turistas foráneos, los cuales se afanan por lograr el mejor posible de los recuerdos gráficos para sus redes sociales en su culto a la superficialidad. Servicio de taxi, venta de toda clase de productos de dudosa autenticidad, servicio de restauración, droga (marihuana, cocaína, etc.) y prostitución se ofertan a todo visitante extranjero de un modo continuado allá donde vaya en La Habana dentro de un marco de precios descontrolado y cuasi anárquico. Todo el tejido social cubano, es decir, desde el Estado hasta el más mísero de los individuos que ha de recurrir al ejercicio de su viveza para, corrupción mediante, obtener algo que llevarse a la boca, golpea al unísono en relación al visitante extranjero. Encontrar en el criminal bloqueo económico norteamericano la respuesta a todos los males y la justificación a estos hechos, un chivo expiatorio, es muy tentador por su sencillez y efectividad, y eso bien lo sabe el Gobierno cubano, que lo esgrime en su defensa. Aunque es cierto que las posibilidades del país son altamente limitadas por el hecho de, por ejemplo, ser una isla, ¿qué clase de esfuerzos se han realizado en sesenta años de Revolución de cara al desarrollo de un mercado interno que favoreciera una mayor independencia de las acometidas del imperio yanqui y del contexto internacional en general? Me temo que esta no ha sido una preocupación del Gobierno cubano.

Pero especialmente doloroso fue no sólo descubrir sino percatarme de la omnipresencia de la ya mencionada prostitución en Cuba. Basta con dar un paseo por Centro Habana o La Habana Vieja para que mujeres locales, generalmente de muy bajos recursos económicos y algunas de ellas incluso menores de edad, le ofrezcan a uno su compañía. También los proxenetas, quienes ofrecen mujeres como el que vende fruta, campan a sus anchas. En una sociedad socialista la prostitución ha de estar efectivamente abolida (en particular, la vertiente capitalista objetivada en la figura del proxeneta). Sin embargo, ¿dónde está en Cuba el «hombre de nuevo tipo» del que hablaban los teóricos socialistas? Más aún, ¿cómo va a existir un «hombre de nuevo tipo» cuando las condiciones materiales de una parte nada desdeñable de la sociedad son de miseria y tal parte se tiene que esmerar en sobrevivir del modo que sea? Y, al margen de las sanciones impuestas por los Estados Unidos, ¿jugó algún papel el Estado en la generación del «hombre de nuevo tipo» durante los treinta y dos años en que vivió las facilidades derivadas de la existencia del campo socialista? La respuesta es claramente negativa, pues, de aquellos polvos, estos lodos. Por el contrario, el mal denominado socialismo pareciera ser una simple excusa para sostener los privilegios de la clase gobernante cubana.

Finalmente, cabe mencionar que me apabulló hasta la náusea, hasta humedecerme los ojos la tristeza, la miseria de Centro Habana. Miles de personas pasan la vida en esta zona de la ciudad en condiciones infrahumanas. La pestilente basura en las calles se amontona, las verdosas aguas estancadas por el penoso estado del pavimento y del alcantarillado son foco de infecciones, las fachadas de las viejas viviendas se caen a pedazos, el ruinoso estado del escaso mobiliario que uno atisba cuando echa un ojo al interior de las casas produce pena, etc. Un compañero cubano con el que charlé me decía que el cubano no tiene recursos económicos suficientes como para hacer frente tamañas reformas, así como que el Estado no se preocupa en absoluto. ¿Cómo puede ser esto? ¿Dónde está el Estado si la esencia del socialismo y del comunismo es el humanismo? En un país denominado socialista en el que continúa operando la ley del valor, y, reflejo de ello, es la inversión privada para la construcción de hoteles de lujo, ¿cómo es posible que no se encuentren resortes para proporcionar a la población trabajadora unas condiciones de habitabilidad higiénicas y dignas en general? Una población trabajadora que, a más inri, sufre unos niveles de desprotección e inseguridad en el ejercicio del trabajo que en cualquier Estado de Europa Occidental constituirían una violación de la ley. Y, para muestra, decir que cinco trabajadores fallecieron recientemente en la restauración de la imponente cúpula del Capitolio habanero, joya del turismo. Así las cosas, estoy convencido de que, de vivir hoy, tanto a Camilo Cienfuegos como a Ernesto Guevara se les revolverían las tripas al comprobar la deriva de la Revolución, de esta revolución fracasada por haber sido traicionada.

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