martes, julio 31, 2012

La Búsqueda de la Perfección (I)

Tanto el desdoblamiento como la sensación de irrealidad vienen siendo recurrentes en mí desde hace un largo período de tiempo. Sólo los prānāyamas y āsanas poseen la suficiente autoridad para asediarlos. No obstante, he de reconocer que siempre guardamos en nuestro interior un pequeño impulso pueril que hace que terminemos por juguetear de nuevo con el mordiente, perspicaz y cautivador perro rabioso. Cuando me retiro de su faz siento la atroz exigencia de la droga adictiva de volver a ella. Siento la misma necesidad que uno siente de abalanzarse sobre la seductora muchacha  asentada en mitad de la nada y que con vicio exhibe sus turgentes senos. Es como escabullirse de las tinieblas; aunque se es consciente de que dando un giro de ciento ochenta grados el volver a las mismas sería innecesario debido a la percepción de la Blanca Plenitud, el horrísono violín abismado en la penumbra nos convoca ante nuestros amigos mutantes en una bacanal de delirio creativo.

Últimamente no puedo eludir realizar ciertos viajes en busca de la Blanca Plenitud, pues cuando, por accidente, me retiré por una temporada del mundo lóbrego y taciturno de las siluetas fantasmales monocromas, descubrí un orbe de paz interior deliciosamente apetecible. Esto ya lo venían apreciando mis camaradas tarados, aquellos que viven relegados de la Blanca Plenitud y marginados del mundo políticamente correcto, quienes no tuvieron reparo alguno en intensificar sus movimientos a fin de que volviese de modo perpetuo junto a ellos. Entonces yo les dije:

- Sólo ansío lograr un estado de plenitud basado en la paz interior, necesito pues, volver a aquellas luminosas tierras donde no existe el deseo y por tanto, relegadas quedan de la realidad la tortura, la aflicción… Arrinconado queda el sufrimiento. Esa es mi verdadera perfección, mi meta.

Mis incondicionales mutantes, que son muy versados en la realidad y nada profanos, entonces alegan que la verdadera perfección se encuentra inmersa en la propia imperfección, de modo que lo perfecto es la unión de ambas; es decir, la perfección es recursiva, pues se autocontiene junto con la imperfección. Siempre suelo permanecer anonadado ante sus clarividentes exégesis y disquisiciones aunque, independientemente de ello, esta vez era atípica la situación, pues lo único que yo ansiaba era la anhelada paz. Con sosiego, no ya sólo no rehusaría la búsqueda de la perfección, sino que dicho concepto se mostraría ajeno a mi realidad, por lo que, como por desgracia se puede verificar, aún no he alcanzado dicho sosiego. Tras explicarles con perspicuidad esta mi tesitura, ellos alegaron que por ese motivo no debía, en absoluto, abandonar aquellas abstrusas tierras prolijas de éxtasis, pues en base a mi esclarecimiento, lo único que debía de hacer para alcanzar la paz sostenida en el no deseo, era no desear la paz. Este, según ellos, era el único modo de agenciarla, y la verdad es que llevaban toda la razón. No obstante, yo era consciente de que con sus constantes tentaciones creativas iba a resultar muy enrevesado, aunque más factible se antojaba abandonar dicho pensamiento que abandonar aquellas tierras en busca de otro punto base, pues la paz no debe buscarse mediante cambios físicos, sino mediante cambios meramente espirituales. Al fin y al cabo, la genialidad no deja de ser un sentimiento de reconocimiento ajeno, por lo que perseguir este deseo no resulta de la búsqueda de la genialidad, sino del propio narcisismo personal. Por ello deduje que abandonar este último impulso representaría una gran aproximación hacia mi ansiada meta, pues aunque la hipotética persecución de la genialidad proporcionase la genialidad, debería plantearme por qué realizo dicha persecución. Buscando en mi interior creí atisbar un leve esbozo de respuesta a esta cuita mía; pensé pues, que la persecución de la genialidad me la proporcionaría, imbricando a la propia paz. ¿Por qué entonces he de elegir una tortuosa senda rebosante de trampas que pueden hacer quedarme en el camino, en lugar de optar por la bella y breve ruta de la Blanca Plenitud? Descubrí entonces que mis defectuosos compadres habían envenenado todo este tiempo mi mente, de modo que cada vez encontraba mi pensamiento más y más supeditado a sus excitantes, lujuriosas y enfermizas ideas. Es entonces cuando también exploré que la realidad era plenamente relativa y subjetiva, pues tenía dos opciones: intentar escapar de sus prolijas garras o cambiar mi noción de la realidad, de modo que aceptase con naturalidad su comportamiento hacia mí. No obstante, en el fondo no soy más que un ser humano y, por tanto, el modificar mi visión de la realidad me resultaba completamente desmedido, pues mi propia realidad no estimaba como positivo automodificarse (debe ser que la Ley de Inercia de Newton también puede aplicarse en otros terrenos menos tangibles).
 
Un buen día decidí con gran coraje abandonar la tierra de las tinieblas, pues, como ser humano que ya he dicho que soy, me resultaba harto complicado rectificar sin más mi impresión espiritual, por lo que llegué a la conclusión de que una permutación física (intercambiando los dos terrenos de posición o indistintamente desplazándome yo hacia la Blanca Plenitud) simbólicamente era la chispa necesaria para abrir un eventual nuevo camino emocional de relajación. Logré atravesar las fronteras de la vesania camuflándome como buenamente pude entre la respiración completa. Sospechaba entonces que había logrado guarecerme de mis rastreadores; nada más lejos de la realidad. Los hijos de la esquizofrénica erección, divididos en cuadrillas monomaniáticas, comenzaron mi búsqueda. Como seres sufridores obsesos de la perfección que son, son también obstinados en la consecución tangible de sus designios; recalcitrantes perfeccionistas. Aunque en ningún momento lograron polarizar de forma perpetua mi condición, sí consiguieron en diversas ocasiones enviarme declaraciones abiertas de que aún continuaban existiendo y de que aguardaban con vehemencia mi regreso junto a ellos. Esto me lo hacían saber siempre en compañía de colegas más cercanos a la realidad políticamente correcta y ulteriores por tanto a los terrenos idealmente opuestos a la Blanca Plenitud. Únicamente precisaban, a fin de enviarme estas señales, un estimulante externo; cualquier ente que pudiesen utilizar en mi contra, en contra de mi meta: la paz interior. Por desgracia, a día de hoy, en hasta tres ocasiones encontraron la manera de establecer un canal substancial a través del cual enviarme su espeluznante recado de angustia. Este canal estaba compuesto por sustancias como la teofilina, la teobromina, la teína y la cafeína, en conjunción con cigarros puro e incluso depresores del sistema nervioso central como el etanol. Casualidades de la vida, por un instante llegué a pensar que incluso mis camaradas tarados pudieron hacer uso, para la cimentación del canal, del glutamato monosódico, pues entonces era un gran devoto de la comida china, habiéndola ingerido previamente a la recepción del primer par de mensajes. Previo al tercer mensaje, ingerí únicamente sustancias como teofilina, teobromina y teína, por lo que recusé el hipotético efecto del glutamato monosódico que dicen altamente presente en la alimentación oriental. Hubo un par de comunicados posteriores a estos que narro, y que no llegaron a mí a través de un canal substancial (al menos que yo tenga constancia), sino que mis conocidos mutantes se valieron, de algún modo, de su propia disposición a fin de conquistar mi psiquis. Estos, sin duda, fueron los comunicados más dantescos y, a día de hoy, los últimos. No me muestro dubitante en absoluto al ratificar que fueron los más pavorosos e infernales, pues, incluso con anterioridad a la recepción cénit del mensaje, pude vivir un estado permanente de asfixia entelequia complementado excitantemente por un sentimiento de desdoblamiento físico. Este desdoblamiento no es más que la sutil percepción de mi consciencia como una proyección de la misma externa a mi contenedor físico. Como si de un viaje astral se tratase, llegué a poder palpar la realidad física lejana a mi propio cuerpo con un desplazamiento constante de mi consciencia. Ello me hizo caer en la cuenta de que mis compañeros tullidos andaban tras mis huellas. De modo que fui consciente de que como no pusiese raudo tierra de por medio, fenecerían su cacería para arrastrarme hasta el fin de mi existencia a sus lóbregos dominios de donde me sería cada vez más agotador y complicado fugarme. Y realmente así ocurrió por un breve lapso temporal, pues sus artimañas son prolijas en formas, y todas tienen en común que desempeñan su cometido en base a la teoría de la cuerda del no retorno.

La teoría de la cuerda del no retorno es una suposición avalada por mi experiencia, en la que afirmo que todo estado mental autodestructor funciona como seguidor de una cuerda colapsable en una sola dirección. Pensemos en que incurrimos en un indeseable estado mental de angustia que tiene su raíz en un cierto estimulante externo. Si nos vemos incapacitados para solventar en su génesis el dilema en cuestión, tendemos a aproximarnos hacia una tesitura de irrefrenable convencimiento autodestructivo al evaluar continuamente la causa de nuestra agonía. La teoría de la cuerda del no retorno afirma que lo natural en dicha coyuntura es avanzar en la dirección creciente de ansiedad hasta que la cuerda se colapsa en un punto de endiablada energía que es capaz de producir al ser que padece este mal una crisis de ansiedad de dimensiones inconmensurables. Tras el colapso de la cuerda pueden acontecer dos hechos bien diferenciados: o la liberación de la tensión produce la ruptura del elemento enlazante entre agonía y ser, o si la vivacidad de la tirantez no es lo suficientemente exorbitante, se puede incurrir en un abominable estado de angustia crónica y depresión. No obstante, existen dables factores capaces de revertir el proceso al desbloquear el sistema de seguimiento unidireccional. La obtención del grado de superconciencia samādhi puede no sólo auxiliarnos en dicha tarea sino que, una vez alcanzado este cimero estadio de conciencia, no resulta descabellado afirmar que jamás en nuestra existencia incurriremos en una nueva situación basada en la teoría de la cuerda del no retorno. Por ello, samādhi no es más que un sinónimo de Blanca Plenitud; el estado de gracia que se alcanza cuando deja de codiciarse dicho estado.

Todo esto que os relato ya se lo referí a mis amigos mutantes; me desnudé ante ellos. De todas formas, el desnudo personal no es en ningún caso un desnudo absoluto, al igual que ocurre con el despojo de los ropajes. En ambos casos depende del momento de nuestra vida, de lo que queramos mostrar y, ante todo, de los ojos que miran y de la luz que incide sobre nuestros cuerpos. De cualquier manera, resultaba, y valga la redundancia, una introspección extremadamente íntima. Fue entonces cuando me hicieron narrarles mis experiencias frente a sus horripilantes mensajes. Y así lo hice.

Como ya he bosquejado, los tres primeros avisos fueron enviados a través de un canal substancial, al contrario que los dos últimos. Del primer mensaje sólo atesoro un vago y difuminado recuerdo. Mi mente sólo es capaz de hacer alusión a un estado de embotamiento generalizado mientras aguardaba en la calígine el ansiado fin de dicha percepción. Me despojaron pues, de lo que en teoría pretendía ser una noche de deleitoso coloquio. En esta primera ocasión achaqué el canal comunicativo a sustancias como la cafeína, el etanol e incluso, a priori, el glutamato monosódico, pues disfruté de un pantagruélico festín de comida china.

Estaría, a continuación, encantado de poder relatarles el segundo y, según mis anotaciones, peor y más aterrador aviso, pero desde su ocurrencia y hasta el día de hoy, el transcurso de vida anodina me ha hecho despojarme de los últimos vestigios de genialidad y, por ende, de la comprensión de la ya maltratada reminiscencia, por lo que no tiene sentido profundizar en un tema pasado del que ya no se es partícipe. En caso de hacerlo, cualquier opinión no sería más que un reflejo distorsionado por la interfase que supone el escalón de nivel entre dos cosmovisiones cuasi-antagónicas. Sería como pretender describir un teorema matemático mediante religión y no mediante apropiado lenguaje: es decir, me encuentro en un dominio diferente.

Las últimas anotaciones de aquella época me llevan a pensar en mí como en un ser obsesionado por la continua productividad en pos del reconocimiento y la genial creación más insospechada, llegando a transfigurarse en el paradigma de lo enfermizo. Frases como que la perfección es un cuasi-utópico estado de gracia subjetiva estacionaria, no son más que la luz que me llega de una estrella distante extinta hace millones de años, pues hace ya algún tiempo me vi propulsado hacia la estabilidad de la existencia monótona y anodina (aunque aún se barrunte solución). Por todo ello, mi casa ya no es ahora como si me escondiese bajo mi cama, haciendo el mundo exterior las funciones de mi propio hogar y necesitando en consecuencia escapar a través del techo de mi antigua nueva casa: el cielo. No… ya no. No obstante, no descarto que esto vuelva a suceder en un futuro cercano y tampoco negaré que posiblemente lo desee. Mientras lo hace o no, habré de continuar relatando la parcial excelencia del curso de los hechos.

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