El próximo día veintisiete de septiembre se celebrarán elecciones al Parlamento Autonómico Catalán. Sin embargo, estas no serán unas elecciones corrientes, sino que tendrán un marcado carácter plebiscitario impuesto por los partidos nacionalistas (y ahora, parece ser, ambos también independentistas) de más peso en Cataluña: Convèrgencia Democràtica de Catalunya (CDC) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). En una jugada de gran habilidad política, Artur Mas y los suyos han logrado reconducir y mantener el peso de su partido, seriamente dañado y en aparente declive debido a las políticas neoliberales más la corrupción, entre la sociedad civil catalana. Una sociedad que, dicho sea de paso, históricamente y en términos generales ha demostrado encontrarse a la vanguardia del progresismo en el marco del Estado español. Y digo jugada de gran habilidad política porque ha logrado el sostenimiento aproximado de su correlación con el resto de fuerzas políticas, seriamente en peligro, existente anteriormente a la profundización en la crisis actual (es decir, de nuevo, políticas neoliberales más conocimiento popular de la corrupción). Esto lo ha conseguido a través de la instrumentalización y la hegemonización de un histórico sentimiento nacionalista e independentista en la región junto con las fuerzas de ERC así como de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP).
Y la pregunta que surge es, ¿independencia para qué? ¿Qué se desea conseguir? ¿Qué se persigue construir en Cataluña fuera del marco del Estado español? Esta no es una pregunta caprichosa o meramente retórica para negar rotundamente dicha posibilidad. Es una pregunta prudente que pretende llamar a la calmada reflexión. La primera duda que surge es si realmente la alta burguesía catalana presenta intereses en la independencia. Ciertamente es posible que esto no sea así, no al menos en el corto plazo, luego es probable que Artur Mas sólo utilice el sentimiento de una gran parte de la población catalana para sus propios intereses y fines políticos, como el mencionado sostenimiento de la correlación de fuerzas aún existente. Y aun admitiendo que el independentismo de Artur Mas dimane de impulsos sinceros, así como reconociendo el derecho de autodeterminación de los pueblos, ¿para qué la independencia? ¿Para la construcción de un nuevo Estado democrático liberal? ¿Para continuar en el circuito económico del euro y la Unión Europea? No debemos pasar por alto que en ese hipotético nuevo Estado los problemas de la clase trabajadora catalana continuarían intactos: pobreza, desigualdad, paro, corrupción, etc. Luego la edificación de una república catalana comandada por su burguesía no sería más que un nuevo y claro ejemplo de lampedusianismo. En otras palabras, los problemas cuya resolución anhelan las clases trabajadoras independentistas catalanas no serán solventados bajo la conducción de sus elites. La independencia sólo podría tener interés para la mayoría del pueblo catalán si se concreta su construcción en torno a la clase trabajadora. Así, por ejemplo, la independencia puede ser el camino que facilite a Cataluña la salida del euro así como de la Unión Europea y otras organizaciones de carácter imperialista, ganando la autonomía suficiente para la construcción de una república socialista, tal y como tímidamente esboza la CUP. Por ello, el pueblo catalán no debe renunciar a su independencia, pero sí a la independencia proveniente de Artur Mas y su entorno. El próximo día veintisiete de septiembre es momento de decir no a la candidatura de Junts pel Sí. Sin embargo, el día inmediatamente posterior, veintiocho, es el momento de comenzar a trabajar para reconducir el sentimiento independentista tal que la clase trabajadora de Cataluña sea la organizadora del proceso, concluyendo con la toma del poder por parte de ésta.
Y la pregunta que surge es, ¿independencia para qué? ¿Qué se desea conseguir? ¿Qué se persigue construir en Cataluña fuera del marco del Estado español? Esta no es una pregunta caprichosa o meramente retórica para negar rotundamente dicha posibilidad. Es una pregunta prudente que pretende llamar a la calmada reflexión. La primera duda que surge es si realmente la alta burguesía catalana presenta intereses en la independencia. Ciertamente es posible que esto no sea así, no al menos en el corto plazo, luego es probable que Artur Mas sólo utilice el sentimiento de una gran parte de la población catalana para sus propios intereses y fines políticos, como el mencionado sostenimiento de la correlación de fuerzas aún existente. Y aun admitiendo que el independentismo de Artur Mas dimane de impulsos sinceros, así como reconociendo el derecho de autodeterminación de los pueblos, ¿para qué la independencia? ¿Para la construcción de un nuevo Estado democrático liberal? ¿Para continuar en el circuito económico del euro y la Unión Europea? No debemos pasar por alto que en ese hipotético nuevo Estado los problemas de la clase trabajadora catalana continuarían intactos: pobreza, desigualdad, paro, corrupción, etc. Luego la edificación de una república catalana comandada por su burguesía no sería más que un nuevo y claro ejemplo de lampedusianismo. En otras palabras, los problemas cuya resolución anhelan las clases trabajadoras independentistas catalanas no serán solventados bajo la conducción de sus elites. La independencia sólo podría tener interés para la mayoría del pueblo catalán si se concreta su construcción en torno a la clase trabajadora. Así, por ejemplo, la independencia puede ser el camino que facilite a Cataluña la salida del euro así como de la Unión Europea y otras organizaciones de carácter imperialista, ganando la autonomía suficiente para la construcción de una república socialista, tal y como tímidamente esboza la CUP. Por ello, el pueblo catalán no debe renunciar a su independencia, pero sí a la independencia proveniente de Artur Mas y su entorno. El próximo día veintisiete de septiembre es momento de decir no a la candidatura de Junts pel Sí. Sin embargo, el día inmediatamente posterior, veintiocho, es el momento de comenzar a trabajar para reconducir el sentimiento independentista tal que la clase trabajadora de Cataluña sea la organizadora del proceso, concluyendo con la toma del poder por parte de ésta.
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