martes, agosto 23, 2016

Esbozos sobre el Abandono de la Terminología y Simbología Marxistas

Una de las últimas maniobras mediante la cual el ex-presidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero (no siendo, por supuesto, el único responsable) terminó por cubrirse de gloria, consistió en aprobar la Ley Orgánica 2/2011, de 28 de enero, por la que quedaba modificada la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General. Por la primera, y a partir de entonces de cara a unas elecciones generales, los partidos políticos sin representación en ninguna de las Cámaras tras la anterior convocatoria de elecciones precisan la firma de al menos el 0,1% de los electores inscritos en el censo electoral de la circunscripción por la que los partidos en cuestión pretenden su elección. Por si esto fuese poco, además, ningún elector puede prestar su firma a más de una candidatura. Este es claramente un ejercicio antidemocrático cuya razón de ser es dificultar aún más si cabe la ya complicada labor de la oposición política, independientemente de su sensibilidad, en las instituciones del Estado. Por este motivo, y ante las pasadas elecciones generales del 26 de junio de 2016, estuve en la calle junto con un compañero militante del PCPE (Partido Comunista de los Pueblos de España) recogiendo firmas que avalasen la candidatura de dicho partido por la provincia de Granada entre los electores que voluntariamente decidiesen prestar su apoyo tras ser informados de la cuestión introducida. Si bien de tal experiencia podría llevarse a cabo un interesante estudio que abarca diversos ámbitos, me centraré en rememorar un hecho particular, aunque fácilmente reproducible en su esencia, a modo de digresión con la que introducir la breve reflexión posterior. Se trata de la fugaz conversación que mantuve con un chico joven con el que me crucé en la calle durante la recogida de avales. Comencé a explicarle la tarea que estaba realizando con el fin de que pudiese prestar su colaboración. Entonces, saltaron todas las alarmas cuando fue pronunciado el término comunista. La reacción onomatopéyica del chico joven fue de pesadumbre y rechazo. En particular, y sin temor a equivocarnos, podríamos hablar de reacción onomatopéyica automática (id est, no reflexiva) producto de sensaciones bien arraigadas en el individuo a partir de las connotaciones que de este término han sido imbuidas desde el discurso cultural hegemónico. Sin embargo, tras un breve y más bien superficial intercambio de palabras posterior acerca del término comunista, el chico joven redujo la intensidad de su rechazo inicial y llegó a mostrar cierta comprensión y simpatía, avalando finalmente con su firma la candidatura del PCPE.

Como se demuestra constantemente en la práctica, siendo la anterior historia un simple ejemplo cuya esencia es fácilmente reproducible, vivimos en una sociedad abiertamente anticomunista. Como también hemos introducido, esto se debe primordialmente a la demonización de la terminología y simbología marxistas por parte del discurso cultural hegemónico. Esta afirmación es lógica y no debe sorprender, puesto que el marxismo se constituye en la negación y superación del actual orden de cosas. Además, puesto que es condición necesaria y suficiente la diseminación de connotaciones negativas (y no argumentaciones) acerca de la terminología y simbología marxistas, esta demonización es burda en la praxis. Así, como mero ejemplo, aunque fácilmente observable por su extensión, podemos escuchar de una gran cantidad de personas, a modo de crítica, que el comunismo es algo viejo. Resulta ridículo entrar a comentar esto, como ridículo es inherencia de tal afirmación. Sin embargo, desde la crítica racional, el comunismo surge como ideología social a raíz del análisis del orden capitalista y para su superación. En otras palabras, más sentido tendría decir que el capitalismo, bajo el cual seguimos viviendo, es algo viejo. Por tanto, sólo nos queda por concluir lo evidente, y es que el comunismo es algo viejo es simple retórica, donde viejo posee una connotación negativa. Por desgracia, la naturaleza de este pensamiento es inmanente a nuestra sociedad y una de las principales tareas de la vanguardia comunista, si no la principal dada la existencia de las condiciones objetivas para la revolución socialista en base al desarrollo histórico actual, radica en la consecución de las condiciones subjetivas para efectuar dicha revolución.

Fructíferas conversaciones con un gran amigo mío (progresista no marxista) abonan la idea de que la terminología y simbología marxistas han de sacrificarse en pos de la eficacia. En resumen, plantean que la consecución de las condiciones subjetivas para la revolución socialista se alcanzarán más fácilmente o únicamente serán alcanzadas si la terminología y simbología marxistas son eliminadas del proceso, ya que de acuerdo con la idea de demonización anteriormente desarrollada, estas serían irrecuperables para un fin pragmático. ¿Es esto así? Mi opinión es que no. El despojar a una ideología de su corpus semántico y simbólico para ser sustituido por otro puede no modificar la esencia de la ideología misma o bien distorsionarla. Como el análisis de esta última cuestión escapa al objetivo de la reflexión de este texto, aceptemos por simplicidad que no es modificada. En base a esta premisa sustitutoria, fundamentalmente se abren dos posibilidades que serán explicadas a continuación: la asociación del antiguo corpus con el nuevo y con los métodos prácticos, y la demonización del nuevo corpus.

- Asociación del antiguo corpus con el nuevo y con los métodos prácticos: Bajo este marco las clases dominantes, las cuales controlan el aparato del Estado (podemos destacar los medios de comunicación de masas en particular), procederían a la identificación del nuevo corpus semántico y simbólico, así como los métodos prácticos que estuvieran siendo llevados a cabo por la vanguardia comunista en ese momento, con el corpus marxista. Se trata de un sencillo juego de identificación por el cual la equivalencia de sustancias necesariamente implica la equivalencia de cualidades por inherencia a las primeras. Por tanto, el nuevo corpus, así como todo aquello a lo que representa, queda automáticamente demonizado en este juego de asociación. Por ende, la consecución de las condiciones subjetivas para la revolución socialista cae irremediablemente en vía muerta.

- Demonización del nuevo corpus: En el marco de esta segunda posibilidad, las clases dominantes, de nuevo aprovechando el aparato del Estado y los medios de comunicación de masas en particular, procederían a la construcción de un nuevo discurso demonizador del nuevo corpus semántico y simbólico sin necesidad de identificarlo con el marxista. Otra vez, la consecución de las condiciones subjetivas para la revolución socialista se ve abortada.


A raíz de esta observación se puede determinar con claridad que el plano de análisis de la cuestión es erróneo. La sustitución de la terminología y simbología marxistas se constituye per se en un procedimiento de transenajenación que, por eso, necesariamente desemboca en fracaso. Por transenajenación se comprende el paso que efectúa un individuo o colectivo desde su adhesión a unos intereses que le son ajenos a otros nuevos que, aun pudiendo serle propios, son aceptados de un modo no consciente, esto es, acrítico. En concreto, el concepto de transenajenación tal y como aquí es empleado se refiere a la transición de la mayoría social entre la aceptación del actual orden de cosas y su adhesión a la empresa de la vanguardia comunista de manera no consciente (siendo esto último algo indeseable). El fracaso de este proceso deviene del ineludible punto de partida intrínseco al desarrollo histórico actual. Es decir, precisamente porque las clases confrontadas por los comunistas detentan el poder, estas son capaces de usar el aparato del Estado para aplastar el mencionado proceso de transenajenación. Adicionalmente, este proceso parte inicialmente del discurso cultural de las clases dominantes por ser de hecho clases dominantes. En resumen, este intento sustitutorio del corpus semántico y simbólico marxista es autorreferenciado y no presenta solución posible.

De acuerdo con la discusión anterior, puedo concluir que mi gran amigo erra al plantear el abandono de la terminología y simbología marxistas. El plano de análisis correcto no es el de la transenajenación sino el de la incorporación consciente a la causa. Para la adquisición social de las condiciones subjetivas en pos de la revolución socialista es preciso construir unos cimientos fuertes y sólidos. Esto sólo es posible mediante un pensamiento crítico, luego consciente, tanto individual como colectivo. Por tanto, aunque resulte una tarea titánica, la pedagogía y la reflexión colectiva son el único camino, el camino que debe comandar la vanguardia comunista. Así, reforzamos la conclusión de que la sustitución del corpus semántico y simbólico marxista se sitúa en un plano diferente e independiente de aquel referente al éxito de la consecución de las condiciones subjetivas para la revolución socialista. Desde un punto de vista pragmático, ¿qué necesidad hay por tanto de llevar a cabo tal sustitución? Ninguna, implicando dicha sustitución perjuicios que podrían ser analizados en un texto posterior. Y como muestra que anima a continuar persiguiendo el objetivo desde el plano de la incorporación consciente a la causa, recuérdese el ejemplo mencionado al inicio del texto en el que un chico joven, más bien reacio, finalmente decidió avalar la candidatura del PCPE a las pasadas elecciones generales.

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