Soy un trabajador andaluz. Sin embargo, resido y laboro en el norte de España. Es por ello que aproveché las pasadas Navidades para volver a mi tierra, Andalucía, y así reencontrarme por unos días con mis familiares y amigos. Lleno de ganas de volver a verlos me dirigí al aeropuerto de Bilbao. Era la primera vez que iba a viajar con Iberia y, al llegar al mostrador de facturación para recoger la tarjeta de embarque por la que ya había pagado, me comunican que no dispongo de plaza en el avión. Pero, ¿cómo iba a ser?, me pregunté indignado. Poco a poco caí en la cuenta de lo que ocurría: sobreventa de plazas (más comúnmente conocida por el término en inglés overbooking). Con cara de circunstancias, la trabajadora del mostrador hizo una llamada y, tras yo pasar unos minutos de irritación e impaciencia, me dice que se solucionó el problema y me da la tarjeta de embarque. Aunque el enfado me duró un buen rato, tuve suerte.
De vuelta de vacaciones de Semana Santa, y de nuevo con Iberia, ayer mismo volé desde mi tierra. Ya en la cola de embarque escucho rumores de sobreventa. Entonces veo a mi derecha cómo un miembro de la Guardia Civil, jugando el papel de portavoz y efectivo de seguridad de la compañía privada Iberia, defiende, frente a una joven e impotente pareja, la ley que ampara a las aerolíneas en caso de sobreventa. Y es que, en otro caso más de discrepancia entre lo legal y lo legítimo, la sobreventa de plazas es una práctica comercial que en la Unión Europea está permitida y se regula por el Reglamento (CE) nº 261/2004. Mediante dicha práctica comercial se especula con la posibilidad de que algunos clientes se ausenten del vuelo o cancelen su reserva en el último momento. Vendiendo más plazas de las realmente disponibles las aerolíneas maximizan sus beneficios al asegurar la ocupación total de sus aeronaves.
Aún en la cola de embarque ayer, otra muchacha que estaba delante de mí, y afectada por la sobreventa de plazas junto con otros dos compañeros suyos, gritaba llena de rabia e indignación, con toda la razón moral, ¡Iberia, corrupta! Así las cosas, en un alarde de poca vergüenza y alienación, la azafata de embarque se limitó a proferir un irritante eufemismo: «lo que hay es lista de espera».
Contagiado por el ánimo de indignación de los compañeros afectados, accedo al avión y me quedo observando a través de la ventanilla junto a mi asiento: solamente uno de los cinco perjudicados pudo subir al avión, mientras que la joven e impotente pareja así como la muchacha y uno de sus compañeros finalmente se quedaron en tierra.
Este es sólo un ejemplo más de todos aquellos que demuestran que los derechos del capital son en buena medida superiores a los de la clase trabajadora. Y es que, aunque los afectados por la sobreventa de plazas (rara vez alguien que vuele en primera clase) puedan recibir compensaciones económicas como consecuencia de este hecho, se están despreciando sus circunstancias humanas, como la importancia de su tiempo, su salud psicológica, etc. Por tanto, frente a la maximización de la rentabilidad de las aerolíneas, la clase trabajadora debemos reivindicar la nacionalización del transporte aéreo tal que lo que prime sea la oferta de un servicio público de calidad accesible para todos y todas. Algo que, por cierto, será muy complicado de lograr en el marco de las políticas económicas impuestas desde la Unión Europea.
De vuelta de vacaciones de Semana Santa, y de nuevo con Iberia, ayer mismo volé desde mi tierra. Ya en la cola de embarque escucho rumores de sobreventa. Entonces veo a mi derecha cómo un miembro de la Guardia Civil, jugando el papel de portavoz y efectivo de seguridad de la compañía privada Iberia, defiende, frente a una joven e impotente pareja, la ley que ampara a las aerolíneas en caso de sobreventa. Y es que, en otro caso más de discrepancia entre lo legal y lo legítimo, la sobreventa de plazas es una práctica comercial que en la Unión Europea está permitida y se regula por el Reglamento (CE) nº 261/2004. Mediante dicha práctica comercial se especula con la posibilidad de que algunos clientes se ausenten del vuelo o cancelen su reserva en el último momento. Vendiendo más plazas de las realmente disponibles las aerolíneas maximizan sus beneficios al asegurar la ocupación total de sus aeronaves.
Aún en la cola de embarque ayer, otra muchacha que estaba delante de mí, y afectada por la sobreventa de plazas junto con otros dos compañeros suyos, gritaba llena de rabia e indignación, con toda la razón moral, ¡Iberia, corrupta! Así las cosas, en un alarde de poca vergüenza y alienación, la azafata de embarque se limitó a proferir un irritante eufemismo: «lo que hay es lista de espera».
Contagiado por el ánimo de indignación de los compañeros afectados, accedo al avión y me quedo observando a través de la ventanilla junto a mi asiento: solamente uno de los cinco perjudicados pudo subir al avión, mientras que la joven e impotente pareja así como la muchacha y uno de sus compañeros finalmente se quedaron en tierra.
Este es sólo un ejemplo más de todos aquellos que demuestran que los derechos del capital son en buena medida superiores a los de la clase trabajadora. Y es que, aunque los afectados por la sobreventa de plazas (rara vez alguien que vuele en primera clase) puedan recibir compensaciones económicas como consecuencia de este hecho, se están despreciando sus circunstancias humanas, como la importancia de su tiempo, su salud psicológica, etc. Por tanto, frente a la maximización de la rentabilidad de las aerolíneas, la clase trabajadora debemos reivindicar la nacionalización del transporte aéreo tal que lo que prime sea la oferta de un servicio público de calidad accesible para todos y todas. Algo que, por cierto, será muy complicado de lograr en el marco de las políticas económicas impuestas desde la Unión Europea.
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