La ciencia, como toda creación humana, se encuentra sujeta al surgimiento de sus propias contradicciones. Tales contradicciones se manifiestan muy particularmente en lo que podríamos denominar el proceso de validación social del científico. Y es que, con el fin de evaluar al científico de cara al acceso a financiación, a la obtención de una plaza de trabajo (por ejemplo, de un puesto académico) o a su promoción, son consideradas numerosas métricas que podríamos tildar de extrañas a la ciencia.
Una de estas métricas es el tan extendido índice h, propuesto por el físico de la Universidad de California Jorge E. Hirsch en el año 2005. Se dice que un científico tiene un índice h si tiene h publicaciones con, al menos, h citas cada una de ellas. La consideración del índice h como métrica extraña a la ciencia emana de su propia definición, pues el índice h prima (como tantos otros de los criterios que se emplean) una combinación de productividad (cantidad de publicaciones) e impacto (número de citas) frente a calidad del trabajo. La presión que sufre el científico por lograr su validación social le hace apartarse de su deseable fin social, esto es, el de contribuir a la mejora de las condiciones de vida de la humanidad (nótese que decimos deseable fin social y no verdadero fin social ya que este está supeditado a las relaciones sociales de producción y, por ende, a la obtención de rentabilidad). En lugar de estimularse la reflexión sosegada del científico, necesaria para la producción de una verdadera contribución científica, este es empujado al terreno de la contradicción al verse forzado a priorizar cantidad frente a calidad (conceptos que libran un conflicto). Además, la búsqueda de un elevado impacto favorece la aparición de comportamientos incestuosos (por ejemplo, autorreferenciación), de nuevo, ajenos a la ciencia. Como resultado se tiene que el despliegue de todo el potencial científico de la comunidad queda encorsetado, limitado. En resumen, la dinámica impuesta por esta clase de criterios de validación social del científico beneficia el impacto entre la comunidad científica frente al impacto social tangible, ambos en relativo grado de contradicción.
El ejemplo de Claude Shannon, quien es considerado el padre de la teoría de la información (es decir, de aquella rama de las matemáticas y las ciencias de la computación que estudia la transmisión, el procesamiento, la medición y la representación de la información), es paradigmático. Este ingeniero eléctrico, matemático y criptógrafo (ya fallecido), trabajador de los famosos Laboratorios Bell, destacó así mismo por sentar las bases del ordenador digital y por sus trabajos de criptoanálisis destinados a la defensa de los Estados Unidos a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Por la importancia de sus contribuciones, Shannon recibió en 1966 la Medalla Nacional de Ciencia de los Estados Unidos. A pesar de todo ello, el índice h de Shannon es de sólo h=7, es decir, tiene siete publicaciones con al menos siete citas cada una de ellas. Para hacernos una idea de qué significa esto, cabe indicar que todos los profesores miembros del grupo de investigación en el que yo desarrollé mi tesis doctoral (cuyas principales líneas de trabajo no son del todo ajenas a la teoría de la información) tienen un índice h superior a h=7. Y, por supuesto, con el debido respeto por el trabajo de estos profesores, ninguno de ellos es Shannon. Más aún, el grupo de investigación en tecnologías del habla de la Universidad ITMO de San Petersburgo recomienda a un recién doctorado tener un índice h de (al menos) h=7 con el fin de optar a un contrato de investigación temporal.
La pregunta que cabe hacerse es la siguiente: ¿cuántos individuos incestuosos productores de trivialidad en cantidades industriales están siendo favorecidos en detrimento de científicos verdaderamente trascendentales como consecuencia del uso de métricas extrañas a la ciencia para la validación social del científico? Es más, ¿cuántos potenciales Shannon están perdiendo nuestras sociedades? Reflexionar sobre estas cuestiones debe ser una responsabilidad colectiva con el fin de plantear en el futuro procesos alternativos de validación social del científico donde sea la calidad del trabajo lo que prime.
Una de estas métricas es el tan extendido índice h, propuesto por el físico de la Universidad de California Jorge E. Hirsch en el año 2005. Se dice que un científico tiene un índice h si tiene h publicaciones con, al menos, h citas cada una de ellas. La consideración del índice h como métrica extraña a la ciencia emana de su propia definición, pues el índice h prima (como tantos otros de los criterios que se emplean) una combinación de productividad (cantidad de publicaciones) e impacto (número de citas) frente a calidad del trabajo. La presión que sufre el científico por lograr su validación social le hace apartarse de su deseable fin social, esto es, el de contribuir a la mejora de las condiciones de vida de la humanidad (nótese que decimos deseable fin social y no verdadero fin social ya que este está supeditado a las relaciones sociales de producción y, por ende, a la obtención de rentabilidad). En lugar de estimularse la reflexión sosegada del científico, necesaria para la producción de una verdadera contribución científica, este es empujado al terreno de la contradicción al verse forzado a priorizar cantidad frente a calidad (conceptos que libran un conflicto). Además, la búsqueda de un elevado impacto favorece la aparición de comportamientos incestuosos (por ejemplo, autorreferenciación), de nuevo, ajenos a la ciencia. Como resultado se tiene que el despliegue de todo el potencial científico de la comunidad queda encorsetado, limitado. En resumen, la dinámica impuesta por esta clase de criterios de validación social del científico beneficia el impacto entre la comunidad científica frente al impacto social tangible, ambos en relativo grado de contradicción.
El ejemplo de Claude Shannon, quien es considerado el padre de la teoría de la información (es decir, de aquella rama de las matemáticas y las ciencias de la computación que estudia la transmisión, el procesamiento, la medición y la representación de la información), es paradigmático. Este ingeniero eléctrico, matemático y criptógrafo (ya fallecido), trabajador de los famosos Laboratorios Bell, destacó así mismo por sentar las bases del ordenador digital y por sus trabajos de criptoanálisis destinados a la defensa de los Estados Unidos a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Por la importancia de sus contribuciones, Shannon recibió en 1966 la Medalla Nacional de Ciencia de los Estados Unidos. A pesar de todo ello, el índice h de Shannon es de sólo h=7, es decir, tiene siete publicaciones con al menos siete citas cada una de ellas. Para hacernos una idea de qué significa esto, cabe indicar que todos los profesores miembros del grupo de investigación en el que yo desarrollé mi tesis doctoral (cuyas principales líneas de trabajo no son del todo ajenas a la teoría de la información) tienen un índice h superior a h=7. Y, por supuesto, con el debido respeto por el trabajo de estos profesores, ninguno de ellos es Shannon. Más aún, el grupo de investigación en tecnologías del habla de la Universidad ITMO de San Petersburgo recomienda a un recién doctorado tener un índice h de (al menos) h=7 con el fin de optar a un contrato de investigación temporal.
La pregunta que cabe hacerse es la siguiente: ¿cuántos individuos incestuosos productores de trivialidad en cantidades industriales están siendo favorecidos en detrimento de científicos verdaderamente trascendentales como consecuencia del uso de métricas extrañas a la ciencia para la validación social del científico? Es más, ¿cuántos potenciales Shannon están perdiendo nuestras sociedades? Reflexionar sobre estas cuestiones debe ser una responsabilidad colectiva con el fin de plantear en el futuro procesos alternativos de validación social del científico donde sea la calidad del trabajo lo que prime.
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