En la actualidad, el principal problema de las economías latinoamericanas en general (bajo mi punto de vista y exclusivamente de acuerdo con lo observable en última instancia) es el alto grado de pobreza, proletarización y desempleo de las clases desposeídas de medios de producción. Este hecho tiene su reflejo en un elevado grado de desigualdad, el cual viene confirmado por el índice de Gini (cuanto mayor su valor, mayor desigualdad). Así, hace tan sólo unos pocos años dicho índice se situaba en 51,6 para América Latina, valor muy superior al de la media mundial, de 39,5. Es más, atendiendo a este mismo indicador, Colombia, Bolivia, Honduras y Brasil se situaban por aquel entonces a la cabeza mundial en desigualdad. Cabe destacar que este problema también tiene su expresión en una agudización generalizada de los conflictos sociales en diferentes Estados latinoamericanos.
Las causas del anterior problema tienen raíces históricas vinculadas a una transición exógena al capitalismo de Latinoamérica. Dicha transición favoreció que su desarrollo fuera dependiente de las potencias centrales tal que el proceso económico latinoamericano ha quedado supeditado a los intereses de la acumulación capitalista en estas últimas. Esto se traduce en que las burguesías nacionales latinoamericanas que buscan estimular el mercado interno quedan desplazadas en favor de las burguesías locales. Estas últimas, en asociación con el capital extranjero, han favorecido el que América Latina se haya convertido en una clase de despensa de las economías centrales al hacer prevalecer las exportaciones de materias primas (principalmente aquellas relacionadas con la agricultura y la minería) hacia las segundas en detrimento del desarrollo de procesos productivos de alto valor añadido que podrían mejorar las condiciones materiales de la clase trabajadora latinoamericana.
En mi opinión, América Latina aún tiene un largo recorrido en cuanto a las posibilidades de desarrollo de sus fuerzas productivas bajo las actuales relaciones sociales de producción capitalistas. Tal recorrido habría de completarse en pos del progreso económico y material del continente latinoamericano, sentando unas bases adecuadas de cara a transitar hacia una organización socioeconómica más igualitaria en el futuro. Para ello, sería preciso comandar cambios desde la superestructura que estuvieran respaldados transversalmente por los sectores sociales latinoamericanos progresistas para, en primer lugar, lograr que el continente recuperase su soberanía económica. A este respecto, son bien conocidos los diferentes procesos que recorren la región desde hace, aproximadamente, un par de décadas, pudiendo destacar los casos de los Estados boliviano, ecuatoriano y venezolano. A continuación, se habría de caminar desde el actual modelo extractivismo-rentista hacia uno nuevo productivo de alto valor añadido con el que estimular el mercado interno. Por supuesto, esto último no se logrará sin conflicto internacional, pues las economías centrales son las grandes beneficiarias del modelo económico latinoamericano actual a través de la importación de materias primas baratas y la exportación al continente de manufacturas de mayor valor agregado, de la explotación de mano de obra barata, etc.
Las causas del anterior problema tienen raíces históricas vinculadas a una transición exógena al capitalismo de Latinoamérica. Dicha transición favoreció que su desarrollo fuera dependiente de las potencias centrales tal que el proceso económico latinoamericano ha quedado supeditado a los intereses de la acumulación capitalista en estas últimas. Esto se traduce en que las burguesías nacionales latinoamericanas que buscan estimular el mercado interno quedan desplazadas en favor de las burguesías locales. Estas últimas, en asociación con el capital extranjero, han favorecido el que América Latina se haya convertido en una clase de despensa de las economías centrales al hacer prevalecer las exportaciones de materias primas (principalmente aquellas relacionadas con la agricultura y la minería) hacia las segundas en detrimento del desarrollo de procesos productivos de alto valor añadido que podrían mejorar las condiciones materiales de la clase trabajadora latinoamericana.
En mi opinión, América Latina aún tiene un largo recorrido en cuanto a las posibilidades de desarrollo de sus fuerzas productivas bajo las actuales relaciones sociales de producción capitalistas. Tal recorrido habría de completarse en pos del progreso económico y material del continente latinoamericano, sentando unas bases adecuadas de cara a transitar hacia una organización socioeconómica más igualitaria en el futuro. Para ello, sería preciso comandar cambios desde la superestructura que estuvieran respaldados transversalmente por los sectores sociales latinoamericanos progresistas para, en primer lugar, lograr que el continente recuperase su soberanía económica. A este respecto, son bien conocidos los diferentes procesos que recorren la región desde hace, aproximadamente, un par de décadas, pudiendo destacar los casos de los Estados boliviano, ecuatoriano y venezolano. A continuación, se habría de caminar desde el actual modelo extractivismo-rentista hacia uno nuevo productivo de alto valor añadido con el que estimular el mercado interno. Por supuesto, esto último no se logrará sin conflicto internacional, pues las economías centrales son las grandes beneficiarias del modelo económico latinoamericano actual a través de la importación de materias primas baratas y la exportación al continente de manufacturas de mayor valor agregado, de la explotación de mano de obra barata, etc.
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