lunes, marzo 25, 2019

Viernes para el Futuro

Un nuevo movimiento estudiantil denominado Fridays for Future (Viernes para el Futuro), centrado en la reclamación de medidas que frenen de un modo efectivo la emisión de gases de efecto invernadero y el calentamiento global, recorre buena parte del mundo desde hace poco tiempo. Dicho movimiento ha sido inspirado por la activista sueca adolescente Greta Thunberg, quien, desde el mes de septiembre de 2018, dejó de acudir a clase cada viernes para manifestarse frente al Riksdag (la asamblea legislativa sueca). El objeto de su protesta era el cumplimiento del Acuerdo de París, acuerdo del que, por cierto, Estados Unidos anunció su retirada en 2017 tras alegar Donald Trump que dicho pacto perjudica a las industrias de petróleo y carbón norteamericanas. Sin embargo, recuérdese que Estados Unidos es el segundo país del mundo que, a una considerable distancia de China, más gases de efecto invernadero libera a la atmósfera.

Este movimiento estudiantil está compuesto por jóvenes principalmente de entre 18 y 26 años de edad y tiene presencia en países como Alemania, Australia, Bélgica, Canadá, España, Francia, Holanda, Reino Unido, Sudáfrica (el Estado más industrializado del continente) y Suiza, entre otros. La acción distintiva del sujeto reivindicativo consiste en la organización de manifestaciones cada viernes del año hasta que la clase política tome las medidas convenientes al respecto. Según el rotativo británico The Guardian, en torno a 70.000 estudiantes de unas 270 ciudades de todo el mundo habrían participado en estas huelgas estudiantiles.

Desde luego, es encomiable la actitud de estos jóvenes que claman por un mundo mejor —o, directamente, habitable— para sí y para las generaciones venideras, pues, tal y como grita una de sus consignas, no hay un planeta B. Pero, no lo olvidemos: el cambio climático es uno de los síntomas de una enfermedad llamada capitalismo y que lleva a la extinción de especies (posiblemente también la nuestra). Efectivamente, la nefasta huella ecológica humana es uno de los síntomas de un mal subyacente que es la base económica imperante. El modo de producción capitalista es un burro con orejeras, pues sólo divisa la maximización de la rentabilidad como objetivo supremo en su caminar. Y esto lo hace obviando las consecuencias de su movimiento, aun siendo tales consecuencias perjuiciosas para la sociedad y, por tanto y contradictoriamente, para la propia supervivencia del modo de producción. El capitalismo devora el planeta a su paso. Y esto es literal, pues, ¿qué hace un devastador ciclón reforzado por el cambio climático sino devorar todo lo que encuentra en su camino?

Si bien puede confirmarse que existe una facción anticapitalista dentro de él, este movimiento estudiantil es bastante heterogéneo. Muchas voces dentro del mismo «simplemente» reclaman a la clase política (la cual, por cierto, parece tener una actitud irritantemente condescendiente con el movimiento) el despliegue de medidas reformistas como, por ejemplo, una transformación del modelo productivo. Estas reivindicaciones democráticas son legítimas y perentorio su acometimiento. Sin embargo, es crucial que el movimiento actúe como un médico, es decir, que no sólo busque aliviar uno de los síntomas de la enfermedad como lo es el cambio climático, sino, paralelamente y mientras exista la posibilidad, sanar la propia enfermedad. Para esto último, no basta con reclamar medidas a una clase política que, comprometida con la acumulación, es expresión de los Estados que garantizan el orden capitalista. Por el contrario, este movimiento estudiantil tiene la oportunidad, en conjunción con otros movimientos como el feminista o de trabajadores, de constituirse en vanguardia para la construcción de un mundo más justo y medioambientalmente sostenible sobre una nueva base económica.

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