El prestigioso matemático internacionalmente reconocido Victor Glushkov es considerado como el padre fundador de la tecnología de la información y la cibernética en la Unión Soviética. Con sus contribuciones científicas, Glushkov, ha influenciado enormemente campos como los de la teoría de la programación y la inteligencia artificial, entre otros. Uno de los retos más nobles emprendido por este genio fue el de la creación del Sistema Nacional Automatizado de Computación y Procesamiento de la Información (OGAS, por sus siglas en ruso). OGAS consistía en una red de computadoras destinada a la gestión de la asignación de recursos e información entre distintas organizaciones de la economía soviética, lo que sin duda representaba una forma de planificación socialista mucho más elevada respecto del sistema de planificación centralizada entonces existente. Propuesto en 1962, OGAS, muy por delante de su tiempo (como el propio Glushkov), recibió la oposición de líderes del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) que sintieron amenazado el control del proceso económico por el partido. Así las cosas, OGAS quedó financieramente ahogado e inconcluso a comienzos de los años setenta.
Medio siglo después de este loable intento, el mundo es radicalmente
distinto y ya no existe un verdadero contrapeso a la organización capitalista
de la sociedad. Por el contrario, el proceso económico global funciona, como ya
sabemos, a partir de la agregación de millones de decisiones individuales y, en
gran medida, independientes que buscan la maximización de cada beneficio
privado en una lucha encarnizada. Está más que comprobado que la base económica
capitalista es la fuente de crecientes desigualdades, lo que resulta
contradictorio con el hecho de que, a su vez, en el marco de dicha base
económica se sea capaz de producir constantemente nuevos y mejores bienes con
una productividad en aumento que podrían, potencialmente, satisfacer las
necesidades de la humanidad en su conjunto. Además, no debemos perder de vista la
dañina huella medioambiental de este sistema.
Más que nunca antes en la historia, resulta urgente repensar el proceso
económico con el objetivo de que este se planifique racionalmente en el sentido
de la optimización de la satisfacción de las necesidades humanas de acuerdo con
metas democráticamente elegidas por el pueblo trabajador. Por supuesto, el
dinero como unidad de cuenta quedaría suprimido, siendo la nueva unidad de
cuenta el tiempo de trabajo. De hecho, el dinero puede ser interpretado como
una medida indirecta y distorsionada del tiempo de trabajo en función de la
teoría del valor-trabajo. A grandes rasgos, cada trabajador recibiría «bonos de
trabajo» personales e intransferibles que expresan el tiempo de trabajo
aportado a la sociedad. Estos «bonos de trabajo» se emplearían en la
adquisición de productos cuyo coste viene dado por el tiempo de trabajo
necesario para su producción. De este modo se garantiza que nadie recibe más de
lo que aporta a la sociedad.
Los impresionantes avances a lo largo de las últimas décadas en materia de
comunicaciones, ciencias de la computación e inteligencia artificial hacen
posible retomar el trabajo de brillantes matemáticos como Glushkov con la vista
puesta en la implementación de un proceso económico eficiente y planificado
racionalmente en los términos arriba mencionados. Además, la experiencia
soviética supone un valioso punto de partida de cara a evitar cometer ciertos
errores como, por ejemplo, la planificación basada en objetivos de producción
bruta en lugar de producción final (mucho más sencilla técnicamente la primera
que la segunda por aquel entonces).
Pienso que una de las herramientas clave en el campo de la inteligencia
artificial como es el aprendizaje máquina jugaría un papel importante en la
planificación económica, por ejemplo, al ayudar a optimizar la producción en
tiempo real de acuerdo con las preferencias de los consumidores. En otras
palabras, la aplicación del aprendizaje máquina podría permitir realizar
ininterrumpidamente, en el marco de un proceso de naturaleza dinámica como es
el económico, el equilibrio entre la oferta y la demanda. A todas luces, este
enfoque es muy superior al lento e ineficiente sistema de precios del mercado que
economistas liberales como los de la escuela austríaca defienden a capa y
espada acientíficamente, ya que es evidente que la situación de equilibrio no
es más que una quimera en el modo de producción capitalista, siendo
determinados tipos de crisis una prueba de ello. Más aún, la excusa
tradicionalmente esgrimida por economistas liberales acerca de la supuesta
inviabilidad técnica de una planificación económica eficiente podía tener
cierta validez durante la mayor parte del tiempo de vida de la Unión Soviética,
pero no en pleno siglo XXI. Por ejemplo, el científico informático y economista
marxista Paul Cockshott –actualmente investigador honorario de la Universidad
de Glasgow– demuestra que, dadas las capacidades computacionales actuales, es
posible optimizar el plan de una gran economía en cuestión de minutos. En
conclusión, el único «argumento» que les queda a los economistas liberales para
negar la posibilidad de una economía democráticamente planificada exitosa es la
obscena defensa de los privilegios de clase.
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