Soy un ser aburrido. Lo supe desde que la monotonía liberaba tanto mis capacidades que comencé a reparar en ello. Yo ya lo iba sospechando, de modo que inicié una partida de ping-pong con mi entorno. Al comienzo creí que no me devolvían la pelota de mi inquietud aunque, lo que realmente estaba sucediendo, era que me la lanzaban por debajo de la mesa, es decir, sólo había que leer entre líneas.
Esas sutiles palabras se fueron transformando en cada vez más claras y directas, aunque eso era lo de menos. Aunque parecía resultar más alarmante el ser consciente de esta abulia por parte de terceros, lo que realmente estaba ocurriendo era que el hecho de ser advertido así resultaba ligeramente ofensivo, pero no por el contenido, sino por la forma, sino por el hecho de que eso ocurriese así, sin más, y no por el trasfondo en sí. Es decir, soy tan aburrido que ni me inmuto ante el aburrimiento.
Esto es tan acusado que me cuesta horrores escribir estas palabras y me siento tentado a abandonar en cualquier momento. Lo mejor es que la noche me cubra y así disfrutar posteriormente de otro anodino día en el que completar una secuencia de tareas programadas y metódicas a fin de recibir un poco de placer por parte de la normalidad y la rectitud. Es decir, completar una secuencia fraccionada de acciones para construir algo ya requetehecho a lo largo del tiempo, obteniendo así algo de gusto en las metas parciales cuando la noche cae.
Me olvidé de ser un niño, aunque realmente no sé si alguna vez lo llegué a ser. Lo que sé es que, en cualquier caso, todo atisbo de ello voy dejándolo debajo de cada piedra que voy encontrando por el camino para vestirme con la ropa de la perpetua monotonía y rectitud, para vivir una vida insulsa, una vida vivida por ser vivida. Lo único que no ha cambiado es que sigo escribiendo mis preocupaciones en un par de folios aunque, ahora, a ordenador en lugar de a mano como hacía de crío. Cada vez soy más consciente de que no le intereso a nada. Nada me ilusiona y no me ilusiono con nada. Ni siquiera al camino de la abulia le intereso. Ni mi nueva afiliación despierta interés en un ente que por definición es coherente tratándome así. No se engañe; que estas palabras no le resulten desgarradoras, pues las escribo con más desgana que otra cosa, sintiéndolas a la vez que las desiento casi sin hacerlas mías (aunque en lo más profundo sé que es así).
Todo sigue su curso, impasible. Cada día igual, cada fin de semana igual… Casi todos hacemos las cosas sin pararnos a pensar bien el porqué, por lo que el entorno no ayuda a despertar del letargo. Y finalmente caí… Lo siento señores, pero la abulia me reclama.
Y por favor, dejen de rellenar el silencio con conversaciones adaptadas a mi ineptitud y a mi desgana por mantener nada. Empleen sus esfuerzos en personas más interesantes y concentren la infinitésima parte que en mí aplican en hacer un poco más interesante el flujo de trascendencia con otra persona de mayor ímpetu.
Esas sutiles palabras se fueron transformando en cada vez más claras y directas, aunque eso era lo de menos. Aunque parecía resultar más alarmante el ser consciente de esta abulia por parte de terceros, lo que realmente estaba ocurriendo era que el hecho de ser advertido así resultaba ligeramente ofensivo, pero no por el contenido, sino por la forma, sino por el hecho de que eso ocurriese así, sin más, y no por el trasfondo en sí. Es decir, soy tan aburrido que ni me inmuto ante el aburrimiento.
Esto es tan acusado que me cuesta horrores escribir estas palabras y me siento tentado a abandonar en cualquier momento. Lo mejor es que la noche me cubra y así disfrutar posteriormente de otro anodino día en el que completar una secuencia de tareas programadas y metódicas a fin de recibir un poco de placer por parte de la normalidad y la rectitud. Es decir, completar una secuencia fraccionada de acciones para construir algo ya requetehecho a lo largo del tiempo, obteniendo así algo de gusto en las metas parciales cuando la noche cae.
Me olvidé de ser un niño, aunque realmente no sé si alguna vez lo llegué a ser. Lo que sé es que, en cualquier caso, todo atisbo de ello voy dejándolo debajo de cada piedra que voy encontrando por el camino para vestirme con la ropa de la perpetua monotonía y rectitud, para vivir una vida insulsa, una vida vivida por ser vivida. Lo único que no ha cambiado es que sigo escribiendo mis preocupaciones en un par de folios aunque, ahora, a ordenador en lugar de a mano como hacía de crío. Cada vez soy más consciente de que no le intereso a nada. Nada me ilusiona y no me ilusiono con nada. Ni siquiera al camino de la abulia le intereso. Ni mi nueva afiliación despierta interés en un ente que por definición es coherente tratándome así. No se engañe; que estas palabras no le resulten desgarradoras, pues las escribo con más desgana que otra cosa, sintiéndolas a la vez que las desiento casi sin hacerlas mías (aunque en lo más profundo sé que es así).
Todo sigue su curso, impasible. Cada día igual, cada fin de semana igual… Casi todos hacemos las cosas sin pararnos a pensar bien el porqué, por lo que el entorno no ayuda a despertar del letargo. Y finalmente caí… Lo siento señores, pero la abulia me reclama.
Y por favor, dejen de rellenar el silencio con conversaciones adaptadas a mi ineptitud y a mi desgana por mantener nada. Empleen sus esfuerzos en personas más interesantes y concentren la infinitésima parte que en mí aplican en hacer un poco más interesante el flujo de trascendencia con otra persona de mayor ímpetu.
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